Flores del Mal

De "IV. Flores del mal":
128. La destrucción


A mi lado sin tregua el Demonio se agita;

En torno de mi flota como un aire impalpable;

Lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones

De un deseo llenándolos culpable e infinito.



Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el Arte,

De la más seductora mujer las apariencias,

y acudiendo a especiosos pretextos de adulón

Mis labios acostumbra a filtros depravados.



Lejos de la mirada de Dios así me lleva,

Jadeante y deshecho por la fatiga, al centro

De las hondas y solas planicies del Hastío,



Y arroja ante mis ojos, de confusión repletos,

Vestiduras manchadas y entreabiertas heridas,

¡Y el sangriento aparato que en la Destrucción vive!

130. La plegaria de un pagano



No dejes morir tus llamas;

Caldea mi sordo corazón,

¡Voluptuosidad, cruel tormento!

Diva! supplicem exaudî!



Diosa en el aire difundida,

Llama de nuestro subterráneo,

Escucha a un alma consumida

Que alza hacia ti su férreo canto,



¡Voluptuosidad, sé mi reina!

Toma máscara de sirena

Hecha de carne y de brocado,



O viérteme tus hondos sueños

En el licor informe y místico,

¡Voluptuosidad, fantasma elástico!

133. Mujeres condenadas



Como bestias inmóviles tumbadas en la arena,

Vuelven sus ojos hacia el marino horizonte,

Y sus pies que se buscan y sus manos unidas,

Tienen desmayos dulces y temblores amargos.



Las unas, corazones que aman las confidencias

En el fondo del bosque donde el arroyo canta,

Deletrean el amor de su pubertad tímida

Y marcan en el tronco a los árboles tiernos;



Las otras, como hermanas, andan graves y lentas,

A través de las peñas llenas de apariciones,

Donde vio san Antonio surgir como la lava

Aquellas tentaciones con los senos desnudos;



Y las hay, que a la luz de goteantes resinas,

En el hueco ya mudo de los antros paganos,

Te llaman en auxilio de su aulladora fiebre.

¡Oh Baco, que adormeces todas las inquietudes!



Y otras, cuyas gargantas lucen escapularios,

Que, un látigo ocultando bajo sus largas ropas,

Mezclan en las umbrías y solitarias noches,

La espuma del placer al llanto del suplicio.



Oh vírgenes, oh monstruos, oh demonios, oh mártires,

De toda realidad desdeñosos espíritus,

Ansiosas de infinito, devotas, satiresas,

Ya crispadas de gritos, ya deshechas en llanto.

Vosotras, a quien mi alma persiguió en tal infierno,

¡Hermanas mías!, os amo y os tengo compasión,

Por vuestras penas sordas, vuestra insaciable sed

y las urnas de amor que vuestro pecho encierra.

134. Las dos buenas hermanas



Libertinaje y Muerte, son dos buenas muchachas,

Pródigas de sus besos y ricas en salud

Cuyo virginal flanco, que los harapos cubren,

Bajo la eterna siembra jamás fructificó.



Al poeta siniestro, tara de las familias,

Valido del infierno, cortesano sin paga,

Entre sus recovecos, muestran tumba y burdel,

Un lecho que jamás la inquietud frecuentó



Y la caja y la alcoba, en fecundas blasfemias,

Por turno nos ofrecen, como buenas hermanas,

Placeres espantosos y dulzuras horrendas.



Licencia inmunda ¿cuándo por fin me enterrarás?

¿Cuándo llegarás, Muerte, su émula fascinante,

A injertar tus cipreses en sus mirtos infectos?

136. Alegoría

Es una mujer bella y de espléndido porte,

Que en el vino arrastrar deja su cabellera.

Las garras del amor, los venenos del antro,

Resbalan sin calar en su piel de granito.

Se chancea de la muerte y del Libertinaje:

Los monstruos, cuya mano desgarradora y áspera,

Ha respetado siempre, en sus juegos fatales,

La ruda majestad de ese cuerpo arrogante.

Camina como diosa, posa como sultana;

Una fe mahometana deposita en el goce

y con abiertos brazos que los senos resaltan,

Con la mirada invita a la raza mortal.

Cree o, mejor aún, sabe, esta infecunda virgen,

Necesaria, no obstante, en la marcha del mundo,

Que la hermosura física es un sublime don

Que de toda ignominia sabe obtener clemencia.

Tanto como el Infierno, el Purgatorio ignora,

Y cuando llegue la hora de internarse en la Noche,

Contemplará de frente el rostro de la Muerte,

Como un recién nacido -sin odio ni pesar.

137. La Beatriz



En cenicientas tierras, sin verdor, calcinadas,

Como yo me quejase a la Naturaleza,

Y el puñal de mi mente, caminando al azar,

Fuese afilando lento sobre mi corazón,

Una gran nube oscura, de un temporal surgida,

Que albergaba una tropa de viciosos demonios,

Semejantes a enanos furiosos y crueles.

Se volvieron entonces fríamente a mirarme,

Y, como viandantes que se asombran de un loco,

Los escuché entre sí reír y cuchichear

Intercambiando señas y guiños expresivos:

-«Contemplemos a gusto a esta caricatura,

A esta sombra de Hamlet que su postura imita,

Los cabellos al viento, la indecisa mirada.

¿No es en verdad penoso ver a tal vividor,

A este pillo, a este vago, a este histrión perezoso,

Que, porque representa con arte su papel,

Pretende interesar, cantando sus pesares,

Al águila y al grillo, al arroyo y las flores,

E inclusive a nosotros, autores de esas rúbricas,

A voces nos recita sus públicas tiradas?»



Hubiera yo podido (alto como los montes

Es mi orgullo y domina a diablos y nublados)

Apartar simplemente mi soberana testa,

Si no hubiera atisbado entre la sucia tropa,

¡Y este crimen no hizo tambalearse al sol!

A la reina de mi alma de mirada sin par,

Que con ellos reía de mi sombría aflicción,

Haciéndoles, de paso, una obscena caricia.

138. La metamorfosis del vampiro



La mujer, entre tanto, de su boca de fresa

Retorciéndose como una sierpe entre brasas

Y amasando sus senos sobre el duro corsé,

Decía estas palabras impregnadas de almizcle:

«Son húmedos mis labios y la ciencia conozco

De perder en el fondo de un lecho la conciencia,

Seco todas las lágrimas en mis senos triunfales.

Y hago reír a los viejos con infantiles risas.

Para quien me contempla desvelada y desnuda

Reemplazo al sol, la luna, al cielo y las estrellas.

Yo soy, mi caro sabio, tan docta en los deleites,

Cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos

O cuando a los mordiscos abandono mi busto,

Tímida y libertina y frágil y robusta,

Que en esos cobertores que de emoción se rinden,

Impotentes los ángeles se perdieran por mí.»



Cuando hubo succionado de mis huesos la médula

y muy lánguidamente me volvía hacia ella

A fin de devolverle un beso, sólo vi

Rebosante de pus, un odre pegajoso.

Yo cerré los dos ojos con helado terror

y cuando quise abrirlos a aquella claridad,

A mi lado, en lugar del fuerte maniquí

Que parecía haber hecho provisión de mi sangre,

En confusión chocaban pedazos de esqueleto

De los cuales se alzaban chirridos de veleta

O de cartel, al cabo de un vástago de hierro,

Que balancea el viento en las noches de invierno.

140. El amor y el cráneo



Viñeta antigua



Se sienta el Amor en el cráneo

De la Humanidad,

Y sobre tal solio el profano,

Con risa procaz,



Sopla alegremente redondas burbujas,

Que en el aire suben,

Como para juntarse a los mundos

Al fondo del Éter.



El globo luminoso y frágil

En un amplio vuelo,

Revienta y escupe su alma pequeña

Como un áureo sueño.



Y oigo al cráneo, a cada burbuja,

Rogar y gemir:

-«Este fuego feroz y ridículo,

¿Cuándo acabará?



Pues lo que tu boca cruel

Esparce en el aire,

Monstruo asesino, es mi cerebro,

¡Mi sangre y mi carne!»



http://amediavoz.com/baudelaire.htm#De

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