19 de marzo de 1872. Alarcón en Lanjarón


PAA empezó su famoso viaje a la Alpujarra el día 19 de marzo de 1872. En su obra Viajes por España, confiesa que este viaje supuso el "Triste fin y remate de la poesía electoral".

El escritor confiesa en la “Historia de mis libros” que le movió a emprender  este viaje el deseo de buscar consuelo por la muerte de  su hija Petra, fallecida con solo 14 meses (tuvo otras tres hijas y dos hijos, de los que no ha quedado actualmente descendencia directa).

Eligió  viajar a la Alpujarra  porque era un lugar soñado desde los días de su infancia. En los Prolegómenos de su relato nos cuenta que la primera noticia que tuvo de la Alpujarra fue cuando tenía nueve años y supo que esta región ”indómita y trágica” había sido el reino de su admirado Aben Humeya, el caudillo morisco que estaba enterrado en la alcazaba de Guadix; el mismo que tuvo en jaque al ejército imperial del poderoso Felipe II. Aumentó su curiosidad cuando tuvo ocasión, durante la guerra de África, de escuchar los testimonios de los descendientes de aquellos moriscos expulsados de su tierra y  exiliados en Tetuán. Añoraban la tierra de sus antepasados que podían describir detalladamente por la transmisión oral mantenida a lo largo de trescientos años.

Cuando hizo el viaje, el  escritor se encontraba en un momento crucial de su vida.  Tiene 39 años y lleva doce años de diputado por el distrito de Guadix, su ciudad natal; y estaba a punto de abandonar la lucha política para dedicarse a la literatura. Todavía no había escrito ninguna de sus grandes obras, por las que hoy es conocido: El sombrero de tres picos, El escándalo, El niño de la bola, etc.

Es sintomático que en plena campaña electoral abandonara su ciudad durante tres semanas para realizar un viaje por motivos estrictamente personales. Incluso dice que fue directamente de Madrid a Granada, sin pasar por Guadix. Muestra la total seguridad que en el resultado de las elecciones, a pesar de haberse escindido del partido gobernante de Sagasta. En los mismos días del viaje, se puede leer en el diario La Esperanza, (Madrid,  31 de marzo de 1872):  En Guadix combate el gobierno al Sr. Alarcón, pero cada día tiene que cambiarse el nombre del candidato oficial, pues ninguno acepta una empresa tan difícil. En realidad, se siente desencantado de toda la realidad que le rodea, y busca evadirse, disolverse en el mundo que  hubo soñado en su infancia y  el que adivina en el fondo de sus lecturas preferidas. Que el viaje se realice coincidiendo con las fechas de la Semana Santa le da un valor religioso, de peregrinación en busca de la salvación, de viaje interior. El viajero hará continuas referencias expresas al valor purificador de su esfuerzo y de la búsqueda de las huellas de Aben Humeya. Es paradójico que un libro tan personal siga siendo, siglo y medio después, la guía más divulgada de la Alpujarra.

El 3 de abril se celebraron las elecciones y sorprendentemente Alarcón es derrotado, no consigue la que habría sido su quinta acta de diputado. Obtuvo el acta por el distrito de Guadix don Antonio Quevedo Donís, un concejal liberal del ayuntamiento de Barcelona completamente desconocido en Guadix y en Granada,  y que nunca intervino en el Congreso, si bien es verdad que la legislatura fue brevísima y hubo nuevas elecciones en agosto de 1872. Pero PAA tenía en su propio pueblo muchos enemigos  de todas las tendencias, carlistas y republicanos. El periódico republicano de  Granada“La Idea” acusaba al clan de los alarcones de utilizar “escopeteros” durante las jornadas de las elecciones, y lo acusaban de sucias operaciones de compraventa de terrenos relacionadas con el tendido de la vía de ferrocarril en los alrededores de Guadix. También se había enemistado con el presidente de gobierno, Sagasta, e intervino en su contra el gobernador civil, el médico progresista asturiano don Eugenio Alau y Coas, autor por cierto de un estudio sobre las propiedades medicinales  del agua de Lanjarón (“Memoria sobre las aguas minerales de Lanjarón”). Intervino falsificando las actas originales, que daban una victoria indiscutible a Alarcón.

En esta época reconoce Alarcón que “no tengo más disgustos que los de Guadix, y como yo no quiero ser ministro, como no me gusta, resulta que la carrera diaria de los asuntos de Guadix me causa grandes perjuicios, me trae disgustos, me hace arrastrarme por los suelos pidiendo favores a personas que podría despreciar, me quita tiempo y, por consiguiente, dinero; me quita salud, me quita amigos y acabará por quitarme la vida”.
Cuando Alarcón visita la Alpujarra es evidente que lo hace pensando más como escritor que como político. Realiza la visita armado de un lápiz y un álbum donde anota cuanto ve. Directamente dice que  anotaba “muy extensamente los caracteres, rasgos fisonómicos y circunstancias accidentales de cada cosa, así como los arranques, exclamaciones, o juicios de impresión que me inspiró a primera vista”  porque pretende que “el que lea la historia de tal o cual peregrinación llegará a figurarse, por resultas de la verosimilitud y franqueza de los fenómenos materiales presentados ante su vista, que él y no otro es quien está viajando, mirando y sintiendo, pues que su instinto le persuade de que aquellos acontecimientos y emociones están lógicamente encadenados por la invariable Naturaleza, y no por la fría erudición ni por la soñador fantasía de ningún literato.

Él  había tenido muchos antes la experiencia de haber escrito el testimonio de otros dos viajes. En ambas ocasiones la publicación de su testimonio, hace ya más de diez años, había sido un completo éxito: Diario de un testigo de la guerra de África, publicado por Gaspar i Roig, ganó 90000 duros, por los 50000 ejemplares diarios que lanzaba. Luego se reeditó en libro (1859). De Madrid a Nápoles, fue también editado por Gaspar i Roig y se editó con éxito en 1861 y se reeditó en 1878, con fotografías y láminas del autor.

Luego, como hemos dicho, abandonó la pluma y estuvo doce años dedicado a la causa política de la Unión Liberal, como diputado y senador por la provincia de Granada.

Sin duda, cuando se embarca en este viaje lo  hace con la intención de repetir el éxito conseguido con sus obras anteriores. Dejó a un lado la campaña electoral de Guadix, como hemos dicho antes, y se desplazó a Granada donde se dedicó a los preparativos de su viaje durante tres días. Contrató en el Albaicín a los guías y las cabalgaduras y emprendió el  viaje el 19 de marzo de 1872,  a las ocho de la mañana. Era Viernes de Dolores, vísperas de la Semana Santa. En esta época  reinaba todavía en España Amadeo de Saboya.

 Aunque en agosto de 1872 se convocan nuevas elecciones, él decide no presentarse. Tampoco lo hará en las siguientes, las de febrero de 1873, que terminarán con la renuncia del rey italiano y la proclamación de la I República de España.

 En este contexto redactará el libro en la finca El Baldío, del valle del Tiétar (Cáceres), propiedad de su amigo, Don Joaquín Boix, durante dos meses, a partir de los apuntes tomados directamente  durante el viaje.

 En la redacción del libro hay como ha declarado antes un interés de hacer creer al lector que está delante de los espectaculares paisajes alpujarreños. Y otro interés ideológico, cual es el de reivindicar la cultura árabe y a quienes fueron tolerantes con los vencidos (el marqués de Mondéjar, Hernán de Talavera, Diego Hurtado de Mendoza) y denunciar la injusticia cometida por los fanáticos. Ni que decir tiene que es una traslación de su posición ideológica liberal y una crítica a los extremismos carlista y republicano. Es evidente que, aunque escribe apartado de la política y en el retiro de los pinares de una bella finca, destila resentimiento contra la I República, proclamada en el mismo momento en que escribe su obra. Finaliza la obra el mismo día que cumple cuarenta años, el 10 de marzo de 1873, y la I República se había proclamado el 11 de febrero.

LA ALPUJARRA fue editada por  Miguel Guijarro en un tomo de 564 páginas a 36 reales el ejemplar, en 1873. Se reeditó, con leves modificaciones, en 1881.

Pedro Antonio de Alarcón salió de Granada en la diligencia que iba a Motril el día 19 de marzo a las ocho de la mañana. Iba acompañado por su primo José y el candidato de su mismo partido por el distrito de Albuñol, Federico Hoppe. 
La diligencia llegó a las dos a la venta de Luis Padilla, situada junto al Puente del Tablate, aproximadamente donde ahora está la venta de la Angustias. Allí los esperan con las caballerías los criados que habían salido de Granada la noche anterior, aunque hasta Órgiva todavía el camino es de los llamados carretero; desde Órgiva ya todos los caminos son de herradura, es decir, estrechos y solo aptos para cabalgaduras. Desde aquí siguen el camino ya a caballo y en dos horas recorren la media legua que separa la venta de Lanjarón. Desde hace dos años, es decir, desde 1870 un carruaje comunica diariamente como dice Alarcón, Granada con la ciudad de los balnearios, ya entonces muy frecuentados, por los turistas que llenan las tres fondas de que dispone la ciudad (La Granadina, San Roque y San Rafael). Pertenecía a la empresa "La Confianza" y tenía su parada en el actual Hotel Victoria. Antes unía Lanjarón con Padul un carruaje tres días a la semana (domingo, martes y jueves). Los alpujarreños solían hospedarse en las fondas San Rafael y La Nave de la calle Alhóndiga y ean inconfundibles por su chaqueta y pantalones cortos, sombrero calañés y jarapas coloridas.

 

Compara este trayecto con el final de una sinfonía, poco a poco va aumentando el color y la exuberancia del paisaje en un crescendo imparable que termina con el tempestuoso final estrepitoso que es, al revolver una loma,  la visión de Lanjarón. Podemos suponer que no hizo parada en Lanjarón, pues no lo menciona, solo parece que, como un turista actual, se detuvo un momento para describir la primera impresión que le produce la espectacular visión de la villa, y, al abandonarla, igualmente describe la última oportunidad que tendrá de contemplar Lanjarón y, detrás, el Valle de Lecrín, antes de adentrarse en la Alpujarra.

 
A partir de aquí, Alarcón aplica un método descriptivo y narrativo que repetirá en cada pueblo visitado: primero facilita datos geográficos objetivos (para introducir esta parte dice por ejemplo “Vamos a cuentas, lectores”), luego reconstruye los hechos históricos que han tenido lugar en ese escenario (por ejemplo, dice “Con que historiemos, que es cuestión de dos o tres minutos de paciencia”, dice como disculpándose, consciente de que se aparta de la narración) y, por último, su percepción personal del lugar.
Lanjarón era llamado hasta el siglo XVIII Lanjarón del Valle y Pascual Madoz lo incluye en este valle. Alarcón se contradice cuando sitúa el comienzo de la Alpujarra en el barranco del río Tablate y al abandonar Lanjarón dice “¡Cómo no... si ya estábamos a pocos minutos de la Alpujarra!” y “Lanjarón y el Valle desaparecieron a nuestros ojos. Estábamos en la Alpujarra”, citas que sitúan Lanjarón en el Valle de Lecrín o de la Alegría como prefiere llamarlo Alarcón atendiendo a su etimología árabe. No cabe duda de que se trata de una ciudad fronteriza que sella ambas comarcas.


De Lanjarón informa que encierra 2872 almas, número que se duplica en las temporadas de aguas y baños con los enfermos que acuden de toda la Península en busca de sus fuentes medicinales, particularmente de una magnesiana y de otra acídula ferruginosa, que son las que tienen más nombre.

Los datos parecen proceder por las coincidencias observadas del Diccionario geografico-estadistico de España y Portugal de Sebastián de Miñano, y el Diccionario de España y sus posesiones de Ultramar de Pascual Madoz.


Como visitó la villa de pasada, sobre todo se sintió cautivado por la naturaleza. Afirma que en Lanjarón no entra nunca el invierno,   y su campo exhibe “una prodigiosa exposición de todo el reino vegetal”. Enumera toda la riqueza vegetal que encierra este paraíso: arriba; los robles, las encinas y los castaños, el liquen, la sablina, el quebrantapiedras y los sauces herbáceos (enumeración directamente tomada de Madoz, incluida la misteriosa "sablina de Noruega", especie  vegetal desconocida para mí).

roble
encina
castaño
liquen



quebrantapiedras
sauce herbáceo

 
 Más abajo,  los castaños y las encinas, y los cerezos y manzanos silvestres,
manzano

cerezo


tejo
  con los tejos, el boj, los aceres y los alisos, la salvia, una manzanilla especial, la mejorana, el ajenjo, y otras plantas aromáticas y alpinas.

boj

aceres


aliso
salvia


manzanilla



ajenjo
mejorana











Luego siguen los morales, los fresnos y las higueras:

higuera

morales
fresno
 después los olivos, las vides y los granados: a continuación los naranjos y los limoneros;


vides

olivo

granado



naranjo

limonero
y, por último, la africana pita, la higuera chumba, el plátano de América y la palmera de Arabia.

higuera chumba
pita


plátano de América
palmera
 

Dentro  de la villa estaban los almendros, los guindos, los cerezos, los perales y los durasnos, que ya tenían flores, y naranjos y limoneros cargados de frutos rojos y amarillos con el fondo  blanco de la nieve y con el azul del cielo.

 De la historia de Lanjarón recuerda dos hechos: que el propio rey Fernando el Católico en 1500 tuvo que tomar el castillo defendido por un temido capitán negro seguido por trescientos musulmanes. El capitán se suicidó arrojándose del castillo, antes de rendirse.

Luego, en 1568, durante la guerra de rebelión de los moriscos, la ciudad fue tomada por  Aben Farag, el lugarteniente de Aben Humeya y  dieciocho cristianos se ocultaron en la iglesia; el cabecilla morisco mandó quemar la iglesia, y los vecinos acuchillaban a los cristianos moribundos y aun muertos.

Por  último, en la parte más valiosa literariamente de la descripción de Lanjarón, empieza diciendo, utilizando una conjunción muy coloquial:     Con que soltemos ya la pluma y cojamos los pinceles.  A partir de este momento utiliza  a menudo la primera persona del plural con que pretende implicar al lector:   Dejemos a los hombres, y contemplemos a la Madre Naturaleza. Olvidemos las enfermedades físicas y morales que recuerda esa villa, y digamos todas las excelencias del cuadro que acababa de aparecer a nuestros ojos; también la segunda persona del plural:   imaginaos ahora; Poned en todo lo alto;  colocad aunque no las veáis una meseta, etc.

La contemplación de la naturaleza misteriosa  e inexplorada está mediatizada por los prejuicios ideológicos claramente expuestos. La claudicación de la historia ante la fuerza de la naturaleza revela su desencanto por el presente histórico concreto, la denostada I República, y la convicción de su fracaso. Es difícil separar al novelista del objeto descrito, porque Alarcón no deja de verse a sí mismo, en lo que ve; de la misma manera que no deja de encontrar justificación a sus principios  en las historias que a la vez lee y cuenta al lector en un papel equívoco. A la vez interpela a sus libros de historia y a sus lectores para convencerlos de sus desahogos personales.Utiliza toda clase de adjetivos encomiásticos e imágenes: al pie del afortunado monte a cuyo lado opuesto habíamos dejado a Granada hacía pocas horas... ¡Sólo que allá el galante coloso se eleva gradualmente sobre la hechicera ciudad!; las montañas son las siguientes maravillas; el Mulhacén es elegante califa; el Cerro Caballo es tan inconmensurable edificio; bajo las aguas del río Lanjarón se esconden y todos los tesoros que enumeraremos más despacio, etc.

Leamos una pequeña cita: Este Cerro, loma o estribo, que todavía principia donde nunca ha reinado la primavera, y termina, debajo de nosotros, donde nunca ha reinado el invierno, no tiene tal vez igual en el mundo. Él solo, independientemente de la inmensa estratificación  que acabamos de reseñar, ofrece el aspecto de una ciclópea torre de pisos, por el estilo de esas torres de Babel que se atreven a dibujarnos los ilustradores de la Biblia; o, más bien, simula un descomunal anfiteatro convexo, más alto que ancho, en cuyas gradas ha escalonado la Naturaleza una prodigiosa exposición de todo el reino vegetal (…) Podía decirse que aquello era una fusión de las cuatro Estaciones, la síntesis del Valle y de la Alpujarra, un resumen de todas las maravillas de la Madre Sierra, la compendiosa sinfonía de todo nuestro viaje...

La contemplación de esta belleza hace que deba  “llamar luego nuestro espíritu a sí propio” para entrar “en los dominios de la leyenda y de la poesía, en el escenario de las lúgubres tragedias humanas y de las terribles convulsiones geológicas, en el palenque de las catástrofes y los cataclismos”, y termina, ya plenamente arabizado, con una plegaria que mimetiza el Corán: ¡loor a Dios, que es digno de loores! Alarcón se suma a los grandes viajeros extranjeros (Gautier, W. Irving, R. Ford, G. Doré) que reconocen en lo árabe el rasgo distintivo de lo español.

 Se trata de una actitud plenamente romántica, alejada del positivismo burgués que se impone con la I  República. Es también romántica la atracción por lo monstruoso y lo gigantesco, ante lo que la persona se siente minúscula.  A la vez impresionable e ingenuo que finge que se deja arrastrar espontáneamente por la rareza de la naturaleza descrita. Pero no olvidemos que al empezar la obra confiesa que va acompañado de sus libros favoritos, los historiadores clásicos de la guerra de Granada (Luis de Mármol, Pérez de Hita, Hurtado de Mendoza), que conforman un palimpsesto que el viajero interpreta.

 Podemos decir que Alarcón inventa más que ve la Alpujarra, porque confunde la realidad con lo que él desea ver. Las campanas, la noche, la luna, las tormentas, los árboles gigantescos o los caminos abruptos aparecen sospechosamente en los momentos que el estado de ánimo del escritor desea emociones, o recogimiento,  alegría o tristeza.

 Como afirma otro escritor andaluz, Luis Cernuda: a Andalucía “no la busquéis en parte alguna, porque no estará allí. Andalucía es un sueño que varios andaluces llevamos dentro.” Lo mismo cabe decir de Alarcón: llevaba dentro la Alpujarra antes de llegar a ella.


Recordemos el inicio de la obra:

Principiemos por el principio.
Muy poco después de haberme encontrado yo a mí mismo (como la cosa más natural del mundo) formando parte de la chiquillería de aquella buena ciudad de Guadix… di cabida al no menos temerario propósito de salvar un día las eternas nieves que cierran al Sur el limitado horizonte de Guadix, a fin de descubrir y recorrer unos misteriosos cerros y valles, pueblos y ríos, derrumbaderos y costas que, según vagas noticias (tal fue la fórmula de aquel genio sin alas), quedaban allá atrás, como aprisionados, entre las excelsas cumbres de la Sierra y el imperio líquido del mar...

Porque aquella región, tan inmediata al teatro de mis únicas puerilidades legítimas, y de la cual, sin embargo, todo el mundo hablaba sólo por referencia; aquella tierra, a un tiempo célebre y desconocida, donde resultaba no haber estado nunca nadie; aquella invisible comarca, cuyo cielo me sonreía sobre la frente soberana del Mulhacén, era la indómita y trágica Alpujarra.”

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