Perícopas

Guadix

La geografía es doble, por consiguiente, aunque vosotros jamás habléis sino de la mitad que os parece más agradable.      EL AMIGO DE LA MUERTE

«Guadix fue una de las más importantes colonias de los Romanos; después, en poder de los Moros, llegó a ser hasta capital de un reino: verificada su reconquista por los Reyes Católicos, aún conservó durante tres siglos algunos
aires señoriles; y allá por el año de 8, cuando la invasión francesa, los graves señores que eran Regidores perpetuos vestían sendas capas de grana, ceñían espadín y se cubrían con sombrero de tres picos. -Yo he alcanzado a conocer esta vestimenta de mi abuelo, que se conservaba en mi casa como una reliquia, y que nosotros, los hijos del 33, irreverentes a fuer de despreocupados, dedicamos a mil profanaciones en nuestros juegos infantiles.

»Como quiera que sea, cuando yo vine al mundo, Guadix era ya una pobre ciudad agrícola, o, por mejor decir, una ciudad de colonos. Los duques y marqueses a quienes se repartió su territorio después de la reconquista (y cuyas grandes y ruinosas casas, coronadas de torres, se ven todavía en solitarias calles), se habían ido a vivir a Granada o a la corte de las Españas: los otros pobladores empezaban a confundirse con la plebe, a consecuencia de la desvinculación, que había fraccionado sus caudales: las órdenes religiosas, dueñas de la mitad de la riqueza, habían sido privadas de sus bienes y suprimidas; el Provincial, su ilustre batallón provincial, se hallaba en Navarra o Cataluña peleando contra el Pretendiente: el Ayuntamiento veía limitadas sus atribuciones: los antiguos Corregimientos no existían: todo el mundo vestía ya de paisano, sin capa de grana ni espadín: los tradicionales Gremios pertenecían a la historia: ¡la Alcazaba era un montón de ruinas! -De la antigua grandeza sólo quedaba en pie un monumento, y ese era la Catedral. La Catedral, bella, artística, rica, gobernada por insignes prelados y sabios cabildos, descollaba sola entre escombros romanos, árabes y semifeudales. ¡La Catedral era el único palacio habitado; el único poder que conservaba su primitivo esplendor y magnificencia; el alma y la vida de Guadix!

»En ella recibí mis primeras impresiones artísticas. Ella me dio idea del poder revelador de la arquitectura; allí oí la primera música; allí admiré los primeros cuadros. Allí también, en las grandes solemnidades, brillaron ante mi vista portentos de lujo (el tisú, el brocado, el oro, la pedrería), ora en cálices, custodias y andas, ora en las vestiduras. Allí, entre nubes de incienso, al fulgor de millares de luces, al son del órgano, escuchando las concertadas voces de los cantores y los gemidos de los violines de la capilla, entreví el arte, soñé la poesía, adiviné un mundo diferente del que me rodeaba en la ciudad. Y museos, teatros, monumentos arquitectónicos, conciertos, alcázares dorados, espectáculos brillantes, todo cruzaba por mi imaginación como una profecía; todo palpitaba en mis entrañas, cual si un ser misterioso se despertase dentro de mí; todo se me revelaba, a la manera que los fulgores de la Gloria brillan ante los ojos de los extáticos.
»Así, pues, las maravillas de la tierra, el sentimiento de las artes, el Sursum corda de la poesía, se manifestaron en mi existencia en horas de mística devoción, y la fe y la belleza, la religiosidad y la inspiración, la ambición y la piedad, nacieron unidas en mi alma, como raudales de una sola fuente.
                                                                                                      DE MADRID A NÁPOLES


Sierra Nevada es el alma y la vida de mi país natal. A su pie, reclinada la frente en sus últimas estribaciones septentrionales y tendidas luego en fértiles llanuras, están, en una misma banda, la soberbia y hermosa capital de Granada y mi vieja y amada ciudad de Guadix; a diez leguas una de otra; aquélla al abrigo del elegante Picacho de Veleta, y ésta al amparo del supremo Mulhacén, cuyos ingentes pedestales se adelantan al promedio del camino con titánica majestad. Bajan de aquella Sierra, por lo tanto, los ríos que amenizan las Vegas de ambas ciudades, los veneros de las fuentes que apagan la sed de sus moradores, las leñas que calientan sus hogares, los ganados que les dan alimento y los abastecen de lana, cien surtideros de aguas medicinales, salutíferas hierbas y semillas, mármoles preciosos, minerales codiciados, y el santo beneficio de las lluvias, que allí se amasan en legiones de pintadas nubes y luego se esparcen sobre la tierra, no sin almacenar antes, en perdurables neveras y renovadas moles de hielo, el fecundante humor que ríos y acequias, pozos y manantiales destilan Y distribuyen  próvidamente durante las sequías del verano.

Pero ni en Guadix ni en Granada conocemos más que una de las faces de pizarra y nieve de aquella muralla eterna que se interpone entre sus campiñas y el horizonte del mar; muralla insigne por todo extremo en el escalafón orográfico; como que es la cordillera más elevada de toda Europa, si se exceptúa la de los Alpes. Hay que esquivarla, pues, para pasar al otro lado y trasladarse a la costa, y yo la esquivé, en efecto, repetidas veces, ora buscando en su extremo occidental el portillo del Suspiro del Moro, y bajando de allí despeñado hasta Motril, ora flanqueándola por Levante hasta ir a parar a las playas de Almería.

No se consigue, sin embargo, ni aun por este medio, ver el reverso de la Sierra, ni vislumbrar remotamente aquel espacio de once leguas de longitud por siete de anchura en que queda encerrada la Alpujarra. Lejos de esto, la curiosidad llega hasta lo sumo al reparar en el empeño con que la gran Cordillera, auxiliada por sus vasallas laterales, oculta su aspecto meridional y el fragoso Reino de los moriscos.- Sierra de Gádor, por una parte, y Sierra de Lújar, por la otra, cubren los costados de aquel inmenso cuadrilátero, dejando siempre en medio, encajonado e impenetrable a la vista, el secreto de Sierra Nevada, el principal teatro de las hazañas de ABEN-HUMEYA, las tahas de Órgiva, Ugíjar, Andarax y los dos Ceheles; regiones misteriosas, cuya existencia no puede ni aun sospecharse desde las comarcas limítrofes; tierras de España que sólo  se ven desde África o desde los buques que pasan a lo largo de la Rábita de Albuñol.
                                                                  LA ALPUJARRA
A ISABEL II EN SU CUMPLEAÑOS.

Desde un valle tendido dulcemente

en las frondosas faldas del Veleta;

lejos del mundo y de tu escelsa corte;

aquí donde resbala mi existencia

en el amor sencillo de los campos,

bajo un dosel de largas alamedas

y a la margen de un límpido riachuelo,

que por los prados fértiles serpea:

desde este nido que las brisas gratas

de Andalucía sin cesar orean,

y el bello sol alegra con sus rayos,

ó de la luna el resplandor argenta;

no muy lejos del pueblo de mi cuna,

rancia ciudad que tus abuelos vieran

rica y grande y feliz en otros siglos

y hoy humilde y oscura, tú contemplas

tomo una lira pobre y sin prestigio,

vate ignorado de tu hermosa Iberia,

para elevar mi voz hasta tu solio

en dulce trova sincera y modesta.
    
                            EL ECO DE OCCIDNETE 22 OCTUBRE 1852

¡En mi pueblo: a noventa leguas de Madrid: a mil leguas del mundo: en un pliegue de Sierra Nevada! ¡Aún me parece veros, padres y hermanos!

-Un enorme tronco de encina chisporroteaba en medio del hogar: la negra y ancha campana de la chimenea nos cobijaba: en los rincones estaban mis dos abuelas, que aquella noche se quedaban en nuestra casa a presidir la ceremonia de familia; en seguida se hallaban mis padres, luego nosotros, y entre nosotros, los criados...

Porque en aquella fiesta todos representábamos la Casa, y a todos debía calentarnos un mismo fuego.
Recuerdo, sí, que los criados estaban de pie y las criadas acurrucadas o de rodillas. Su respetuosa humildad les vedaba ocupar asiento.
Los gatos dormían en el centro del círculo, con la rabadilla vuelta a la lumbre.
Algunos copos de nieve caían por el cañón de la chimenea, ¡por aquel camino de los duendes!
¡Y el viento silbaba a lo lejos, hablándonos de los ausentes, de los pobres, de los caminantes!
Mi padre y mi hermana mayor tocaban el arpa, y yo los acompañaba, a pesar suyo, con una gran zambomba. (...)
 
Y todo era bullicio; todo contento. Los roscos, los mantecados, el alajú, los dulces hechos por las monjas, el rosoli, el aguardiente de guindas circulaban de mano en mano... Y se hablaba de ir a la Misa del Gallo a las doce de la noche, y a los Pastores al romper el alba, y de hacer sorbete con la nieve que tapizaba el patio, y de ver el Nacimiento que habíamos puesto los muchachos en la torre...
-De pronto, en medio de aquella alegría, llegó a mis oídos esta copla, cantada por mi abuela paterna:
La Nochebuena se viene,
La Nochebuena se va,
Y nosotros nos iremos
Y no volveremos más.
A pesar de mis pocos años, esta copla me heló el corazón.
 
Y era que se habían desplegado súbitamente ante mis ojos todos los horizontes melancólicos de la vida.
Fue aquel un rapto de intuición impropia de mi edad; fue milagroso presentimiento; fue un anuncio de los inefables tedios de la poesía; fue mi primera inspiración... Ello es que vi con una lucidez maravillosa el fatal destino de las tres generaciones allí juntas y que constituían mi familia. Ello es que mis abuelas, mis padres y mis hermanos me parecieron
un ejército en marcha, cuya vanguardia entraba ya en la tumba, mientras que la retaguardia no había acabado de salir de la cuna. ¡Y aquellas tres generaciones componían un siglo! ¡Y todos los siglos habrían sido iguales!
¡Y el nuestro desaparecería como los otros, y como todos los que vinieran después!...
                                                                     LA NOCHEBUENA DEL POETA
Personajes

DE CÓMO VIVÍA ENTONCES LA GENTE
       En Andalucía, por ejemplo (pues precisamente aconteció en una ciudad de Andalucía lo que vais a oír), las personas de suposición continuaban levantándose muy temprano; yendo a la Catedral a misa de prima, aunque no fuese día de precepto, almorzando, a las nueve, un huevo frito y una jícara de chocolate con picatostes; comiendo, de una a dos de la tarde, puchero y principio, si había caza, y, si no, puchero solo; durmiendo la siesta después de comer; paseando luego por el campo; yendo al Rosario, entre dos luces, a su respectiva parroquia; tomando otro chocolate a la Oración (éste con bizcochos); asistiendo los muy encopetados a la tertulia del corregidor, del deán, o del título que residía en el pueblo; retirándose a casa a las Ánimas; cerrando el portón antes del toque de la queda, cenando ensalada y guisado por antonomasia, si no habían entrado boquerones frescos, y acostándose incontinenti con su señora (los que la tenían), no sin hacerse calentar primero la cama durante nueve meses del año...

                                                                   EL SOMBRERO DE TRES PICOS


DO UT DES
En aquel tiempo, pues, había cerca de la ciudad de *** un famoso molino, harinero (que ya no existe), situado como a un cuarto de legua de la población, entre el pie de suave colina poblada de guindos y cerezos y una fertilísima huerta que servía de margen (y algunas veces de lecho) al titular, intermitente y traicionero río.
Por varias y diversas razones, hacía ya algún tiempo que aquel molino era el predilecto punto de llegada y descanso de los paseantes más caracterizados de la mencionada ciudad...—Primeramente, conducía a él un camino carretero, menos intransitable que los restantes de aquellos contornos.—En segundo lugar, delante del molino había una plazoletilla empedrada, cubierta por un parral enorme, debajo del cual se tomaba muy bien el fresco en el verano y el sol en el invierno, merced a la alternada ida y venida de los pámpanos....—En tercer lugar, el molinero era un hombre muy respetuoso, muy discreto, muy fino, que tenía lo que se llama don de gentes, y que obsequiaba a los señorones que solían honrarlo con su tertulia vespertina, ofreciéndoles... lo que daba el tiempo, ora habas verdes, ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que están muy buenas cuando se las acompaña de macarros de pan y aceite; macarros que se encargaban de enviar por delante sus señorías), ora melones, ora uvas de aquella misma parra que les servía de dosel, ora rosetas de maíz, si era invierno, y castañas asadas, y almendras, y nueces, y de vez en cuando, en las tardes muy frías, un trago de vino de pulso (dentro ya de la casa y al amor de la lumbre), a lo que por Pascuas se solía añadir algún pestiño, algún mantecado, algún rosco o alguna lonja de jamón alpujarreño.
—¿Tan rico era el molinero, o tan imprudentes sus tertulianos?—exclamaréis, interrumpiéndome.
Ni lo uno ni lo otro. El molinero sólo tenía un pasar, y aquellos caballeros eran la delicadeza y el orgullo personificados. Pero en unos tiempos en que se pagaban cincuenta y tantas contribuciones diferentes a la Iglesia y al Estado, poco arriesgaba un rústico de tan claras luces como aquél en tenerse ganada la voluntad de regidores, canónigos, frailes, escribanos y demás personas de campanillas. Así es que no faltaba quien dijese que el tío Lucas (tal era el nombre del molinero) se ahorraba un dineral al año a fuerza de agasajar a todo el mundo.
                                                                             EL SOMBRERO DE TRES PICOS

 Frasquita, legítima esposa del tío Lucas, era una mujer de bien, y de que así lo sabían todos los ilustres visitantes del molino. Digo más: ninguno de éstos daba muestras de considerarla con ojos de varón ni con trastienda pecaminosa. Admirábanla, sí, y requebrábanla en ocasiones (delante de su marido, por supuesto), lo mismo los frailes que los caballeros, los canónigos que los golillas, como un prodigio de belleza que honraba a su Criador, y como una diablesa de travesura y coquetería, que alegraba inocentemente los espíritus más melancólicos.—«Es un hermoso animal,» solía decir el virtuosísimo Prelado.—«Es una estatua de la antigüedad helénica,» observaba un Abogado muy erudito, Académico correspondiente de la Historia.—«Es la propia estampa de Eva,» prorrumpía el Prior de los Franciscanos.—«Es una real moza,» exclamaba el Coronel de milicias.—«Es una sierpe, una sirena, ¡un demonio!» añadía el Corregidor.—«Pero es una buena mujer, es un ángel, es una criatura, es una chiquilla de cuatro años,» acababan por decir todos, al regresar del molino atiborrados de uvas o de nueces, en busca de sus tétricos y metódicos hogares.
La chiquilla de cuatro años, esto es, la señá Frasquita, frisaría en los treinta. Tenía más de dos varas de estatura, y era recia a proporción, o quizás más gruesa todavía de lo correspondiente a su arrogante talla. Parecía una Niobe colosal, y eso que no había tenido hijos: parecía un Hércules... hembra: parecía una matrona romana de las que aún hay ejemplares en el Trastévere.—Pero lo más notable en ella era la movilidad, la ligereza, la animación, la gracia de su respetable mole. Para ser una estatua, como pretendía el Académico, le faltaba el reposo monumental. Se cimbraba como un junco, giraba como una veleta, bailaba como una peonza.—Su rostro era más movible todavía, y, por tanto, menos escultural. Avivábanlo donosamente hasta cinco hoyuelos: dos en una mejilla; otro en otra; otro, muy chico, cerca de la comisura izquierda de sus rientes labios, y el último, muy grande, en medio de su redonda barba. Añadid a esto los picarescos mohines, los graciosos guiños y las variadas posturas de cabeza que amenizaban su conversación, y formaréis idea de aquella cara llena de sal y de hermosura y radiante siempre de salud y alegría.
Ni la señá Frasquita ni el tío Lucas eran andaluces: ella era navarra y él murciano. Él había ido a la ciudad de ***, a la edad de quince años, como medio paje, medio criado del obispo anterior al que entonces gobernaba aquella iglesia. Educábalo su protector para clérigo, y tal vez con esta mira y para que no careciese de congrua, dejole en su testamento el molino; pero el tío Lucas, que a la muerte de Su Ilustrísima no estaba ordenado más que de menores, ahorcó los hábitos en aquel punto y hora, y sentó plaza de soldado, más ganoso de ver mundo y correr aventuras que de decir misa o de moler trigo.—En 1793 hizo la campaña de los Pirineos Occidentales, como ordenanza del valiente General Don Ventura Caro; asistió al asalto de Castillo Piñón, y permaneció luego largo tiempo en las provincias del Norte, donde tomó la licencia absoluta.—En Estella conoció a la señá Frasquita, que entonces sólo se llamaba Frasquita; la enamoró; se casó con ella, y se la llevó a Andalucía en busca de aquel molino que había de verlos tan pacíficos y dichosos durante el resto de su peregrinación por este valle de lágrimas y risas.
La señá Frasquita, pues, trasladada de Navarra a aquella soledad, no había adquirido ningún hábito andaluz, y se diferenciaba mucho de las mujeres campesinas de los contornos. Vestía con más sencillez, desenfado y elegancia que ellas, lavaba más sus carnes, y permitía al sol y al aire acariciar sus arremangados brazos y su descubierta garganta. Usaba, hasta cierto punto, el traje de las señoras de aquella época, el traje de las mujeres de Goya, el traje de la reina María Luisa: si no falda de medio paso, falda de un paso solo, sumamente corta, que dejaba ver sus menudos pies y el arranque de su soberana pierna: llevaba el escote redondo y bajo, al estilo de Madrid, donde se detuvo dos meses con su Lucas al trasladarse de Navarra a Andalucía; todo el pelo recogido en lo alto de la coronilla, lo cual dejaba campear la gallardía de su cabeza y de su cuello; sendas arracadas en las diminutas orejas, y muchas sortijas en los afilados dedos de sus duras pero limpias manos.—Por último: la voz de la señá Frasquita tenía todos los tonos del más extenso y melodioso instrumento, y su carcajada era tan alegre y argentina, que parecía un repique de Sábado de Gloria.                                                       
                                                               EL SOMBRERO DE TRES PICOS


El tío Lucas era más feo que Picio. Lo había sido toda su vida, y ya tenía cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan simpáticos y agradables habrá echado Dios al mundo. Prendado de su viveza, de su ingenio y de su gracia, el difunto obispo se lo pidió a sus padres, que eran pastores, no de almas, sino de verdaderas ovejas. Muerto Su Ilustrísima, y dejado que hubo el mozo el seminario por el cuartel, distinguiolo entre todo su ejército el General Caro, y lo hizo su ordenanza más íntimo, su verdadero criado de campaña. Cumplido, en fin, el empeño militar, fuele tan fácil al tío Lucas rendir el corazón de la señá Frasquita, como fácil le había sido captarse el aprecio del general y del prelado. La navarra, que tenía a la sazón veinte abriles, y era el ojo derecho de todos los mozos de Estella, algunos de ellos bastante ricos, no pudo resistir a los continuos donaires, a las chistosas ocurrencias, a los ojillos de enamorado mono y a la bufona y constante sonrisa, llena de malicia, pero también de dulzura, de aquel murciano tan atrevido, tan locuaz, tan avisado, tan dispuesto, tan valiente y tan gracioso, que acabó por trastornar el juicio, no sólo a la codiciada beldad, sino también a su padre y a su madre.
Lucas era en aquel entonces, y seguía siendo en la fecha a que nos referimos, de pequeña estatura (a lo menos con relación a su mujer), un poco cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiño, narigón, orejudo y picado de viruelas.—En cambio, su boca era regular y su dentadura inmejorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea; que tan pronto como empezaba a penetrarse dentro de él aparecían sus perfecciones, y que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego venía la voz, vibrante, elástica, atractiva; varonil y grave algunas veces, dulce y melosa cuando pedía algo, y siempre difícil de resistir. Llegaba después lo que aquella voz decía: todo oportuno, discreto, ingenioso, persuasivo... Y, por último, en el alma del tío Lucas había valor, lealtad, honradez, sentido común, deseo de saber y conocimientos instintivos o empíricos de muchas cosas, profundo desdén a los necios, cualquiera que fuese su categoría social, y cierto espíritu de ironía, de burla y de sarcasmo, que le hacían pasar, a los ojos del Académico, por un D. Francisco de Quevedo en bruto.
Tal era por dentro y por fuera el tío Lucas.
                                                                                               EL SOMBRERO DE TRES PICOS



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