Tres días en París con Pedro Antonio de Alarcón


I
Los bulevares de París
Gare de Lyon
El viajero moderno, y más si es accitano y curioso, puede encontrar en el testimonio de Pedro Antonio de Alarcón  una guía excitante de París por la que descubrir aspectos insólitos de la ciudad a través de la mirada sorprendida y profunda del escritor de Guadix. Según él, son notas de su cuaderno de viaje, con la inmediatez de sus primeras impresiones. Es, como Baudelaire, un flâneur, un observador que vive intensamente durante cuarenta días el París esplendoroso del Segundo Imperio. Ni está como un dandy displicente, ni como un vagabundo ("badaud")
alienado.

Tumba de Balzac
Plaza de los Vosgos. Casa de Victor Hugo
Alarcón era un joven de veintisiete años cuando llegó a París el 31 de agosto de 1860, a la estación de Lyon, que había sido inaugurada en 1855, de la que destaca la torre del reloj de 67 metros de altura. Era la segunda vez que visitaba la ciudad después de haber estado en ella como enviado especial de "El Occidente" para cubrir la Exposición Universal  de 1855; entonces nos dejó seis artículos en los que escasean las descripciones y dominan las reflexiones que le sugieren la casa de Víctor Hugo en los Vosgos, la tumba de Balzac en el cementerio Pere Lachaise, el pabellón español, etc.

Lo primero que le asombra al llegar es el “número de máquinas y coches,”, “la cantidad de rails, traviesas, carbón y otras materias”, “¡Asombraba   una suma tal de productos de la tierra!”. Este alarde de la sociedad industrial le provoca la siguiente reflexión acerca de la sostenibilidad de tal transformación:  “Y como siempre que contemplo semejantes acopios, entrome miedo acerca del porvenir, o sea miedo de que lleguen a agotarse minas y bosques, y de que nuestros hijos se encuentren con una naturaleza exhausta.”
Columna de Julio
que el hombre pudiese acumular ni consumir

Afirma, sin embargo, “desechemos ahora toda idea seria… Ha llegado el momento de perder la cabeza y hasta el corazón. ¡Lectores de novelas, con vosotros hablo!”.
Al salir  de la estación le sorprende la confluencia de amplias calles embaldosadas, los altísimos edificios, las tiendas  y la muchedumbre, que inmediatamente le evoca, por contraste “Mi remoto y sosegado pueblo”.

Desde la estación se dirige en un carruaje al hotel de la rue Neuve de Saint Augustin, distante cinco kilómetros, a través de los cuales cruza París. Asciende primero por la rue de Lyon hasta la plaza de la
Promenade Plantée
Bastilla, que el viajero actual puede recorrer a pie por el agradable camino verde llamado Coulée verte René-Dumont construido sobre un antiguo viaducto ferroviario abandonado (y quizá le apetezca desviarse antes unos metros, hacia el pont d'Austerlitz, y visitar la pizpireta rue Cremieux). En la Plaza de la Bastilla admira la Columna de Julio  coronada con el Genio de la Libertad, que a Alarcón le sugiere la melancólica reflexión de  que parece dispuesta a volar y abandonar la ciudad (no olvidemos que se encuentra bajo el dominio del Segundo Imperio, odioso a los ojos del  autor, que dice de los emperadores franceses: “El difunto era una violencia; su heredero es una enfermedad”.

Siguen el cochero y el viajero por  los boulevares de Beaumarchais y  del Temple hasta la actual Plaza de la República, que entonces estaba en construcción,  siguiendo el plan de Haussman, en lo que hasta entonces era una calle llena de pequeños teatros  populares, muchos de los cuales subsisten hoy en las inmediaciones de la plaza. El centro lo ocupaba entonces una modesta fuente, pues el monumento de la Mariana será inaugurado en 1884 como homenaje a la III República. 

Bouillon Chartier
Rue Mazagran (Hotel de Galdós)
Rue Laffitte








Sigue por Saint Martin y Saint Denis (donde, como bien observa Alarcón, se conservan dos de las antiguas puertas de París, en forma de arcos de triunfo dedicados a Luis XIV).  Era y sigue siendo una zona de gran actividad teatral. En el Theatre Porte de Saint-Martin, todavía en pie, estrenó el también granadino Francisco Martínez de la Rosa el 19 de julio de 1830 su Aben Humeya, la primera obra romántica española.

Porte Saint Martin
Porte Saint Denis








Al comenzar el bulevar  Bonne Nouvelle, atraviesa la rue Mazagran, donde se encontraba el hotel des Deux Continents, en el que se alojará posteriormente, en 1900, Pérez Galdós. A continuación pasa sucesivamente por los bulevares Poisonniere, cerca, en “los Establecimientos de Bouillon había reverenciado aquella gran caldera llena de sopa, en torno de la cual se agitan al anochecer millares de parroquianos que comen, como quien dice, mecánicamente”; 
Pissarro. Bulevar de Montmartre
Montmartre (donde se contempla una admirable perspectiva del Sacre Coeur en la confluencia con la rue Laffitte), los  Italianos (en donde el turista granadino se verá sorprendido por el edificio que servirá de modelo al construido  por Ángel Casas y es la actual sede de la Caja Rural enfrente de Cortefiel en la Gran Vía de Granada) y, por último, desemboca en el Boulevard des  Capucines.
Rue Daunou


A lo largo de este trayecto subraya Alarcón que ha ido pasando de los edificios, teatros, tiendas modestas a las más lujosas, transición que simboliza con el cambio del viejo  estaminet al café  moderno.  Por fin llega a su hotel, el Hôtel de l’Empire, que le había sido recomendado por un compañero del tren. El hotel, hoy desaparecido, estaba en un lugar privilegiado, en la  calle nueva de San Agustín (actual rue Daunou) y había sido palacio del banquero Laborde, guillotinado durante  la Revolución. Estaba junto al actual Hotel Scribe.
La manzana desaparecerá al sufrir la calle una importante remodelación con la
Rue Neuve de Sant Augustin
abertura de la avenida de la Ópera del plan del barón Haussmann. Está muy cerca de la Madeleine, la plaza Vendôme o la rue Cambon (donde años después vivirá otro escritor español, Pío Baroja).
 
A partir del día siguiente  inicia lo que llama “mis paseos artístico-filosóficos por París", que explican de forma sintética su impresión de la ciudad en la que residirá mes y medio y que comienzan con la identificación de París con Babel, lo mismo que en este mismo momento hace Baudelaire: que describe la ciudad como “Babel d'escaliers et d'arcades,/ C'était un palais infini”  (Rêve parisien) en su obra Les fleurs du mal.

De la plaza de la Concordia dice que es  “el paraje principal del universo” y lo compara al recibidor
de una casa, que sería París; era una inmensa planicie, más extensa que ahora,  limitada por el Arco de la Estrella, el Palacio del Louvre, donde vivía el emperador Napoleón III; la Madeleine y la Asamblea Nacional.
Aún no se habían construido el Petit Palais ni el Grand Palais, que ahora podemos admirar y que se estrenarán para la Exposición Universal de 1900, ni la mayor parte de los edificios de los Campos Elíseos, en cuyo lugar dice que solamente había una frondosa alameda; en cambio, todavía subsistía de la Exposición de 1855 el Pabellón de la Industria, hoy desaparecido. Consigna Alarcón que esta plaza ha sido llamada alternativamente de Luis XVI y de la Revolución. El lugar del obelisco erigido por Luis Felipe estuvo ocupado por la guillotina y una estatua alegórica de la libertad.

Detrás del Arco de la Estrella está el bosque de Bolonia, donde un día vio pasear a la duquesa de Alba, con su madre, enferma (probablemente de leucemia). Al otro lado del río se adivina el Palacio Borbón, sede de la Asamblea y los Inválidos, que desde 1840 albergaban los restos “del hombre más extraordinario que ha cruzado por la tierra”.

Del Sena destaca los puentes de la Concordia, los Inválidos Alma y Solferino. No estaba construido el más suntuoso, el de Alejandro III. La aguda visión del escritor da cuenta del uso frecuente de los barcos del Sena como lavanderías, son los famosos bateaux-lavoirs tema socorrido entre los pintores impresionistas.

La calle Rivoli estaba en construcción y sustituye a las callejuelas que bordeaban amenazadoras el palacio del Louvre, donde entonces residían Napoleón III y la emperatriz Eugenia de Montijo. Enumera a continuación lugares destacados en la vida intensa de París: el Panorama, el Hipódromo, la Polichinela, el Chateau des Fleurs o el Mabille, un lupanar,  como él dice, que frecuentará el joven escritor en su estancia en París, en la muy popular entonces, y hoy selecta calle Montaigne. 


Es significativo  que el París de Alarcón sea el de los modernos bulevares, en detrimento del Barrio Latino, entonces más aristocrático, y elocuentemente ignorado por el novelista. Baroja pone en boca de un personaje del Segundo Imperio en Los últimos románticos: "Viven en el faubourg Saint-Germain a la antigua. Visitan a sus amistades y sienten un profundo desdén por el París boulevardier, al que solo consideran bueno para los extranjeros, los advenedizos, los americanos y los negros… Ahora, que el bulevar se venga de todos nosotros no haciéndonos caso."

II
La isla de Chatou

Rue des Martyrs
Al día siguiente decide Alarcón buscar a su amigo Charles Iriarte, escritor  y pintor; antiguo compañero en la guerra de África y traductor al francés de El final de Norma. Gran viajero y conocedor de lugares exóticos entre los que figura Granada. Sabemos que en 1869, según el anuario de los escritores, vivía en rue des Martyrs, 13, en el camino de Montmartre. Va a buscarlo a su casa, pero le dicen que está en el campo, en Chatou, y Alarcón se apresura a ir a  su encuentro en tren.
Al mediodía llega a la pequeña villa situada al oeste de París. Aunque tiene pensado pasar allí una tarde, el lugar le seduce tanto que está cuatro días.  Iriarte y Alarcón fueron pioneros de una ruta turística muy frecuentada actualmente y muy recomendable: el departamento de las Yvelines.

Río Sena a su paso por Chatou

Chatou es un pueblo situado a dos leguas de París, y por nueve sous, el tren lo lleva desde Montparnasse en quince minutos. Traducido a términos actuales, la línea A del RER, que puede cogerse casi en cualquier estación de metro, en dirección a Saint Germain en Laye  nos conduce a la estación de Chatou-Croissy al este de París por cuatro euros.

Estos pueblos de las afueras estaban empezando a ser descubiertos y utilizados como lugar de esparcimiento para los jóvenes parisinos. En 1857 Courbet había escandalizado con el cuadro que exhibía a dos jóvenes  señoritas echando la siesta a orillas del Sena; una de ellas relajada y muy ligeramente deshabillée (le critican que tiene la camisa arrugada y la falda levantada), en cambio, la que guarda más la compostura está notoriamente aburrida.


En 1863, Manet expondrá su famoso Almuerzo en la hierba, que lógicamente  provocó aún mayor rechazo.

Manet se instaló en la aldea próxima de Saint Michel en las décadas de los 70 y 80. Atrajo a una importante colonia de artistas impresionistas. Hoy 30 reproducciones de cuadros de autores impresionistas jalonan el paseo al que nos invita Alarcón.



Alarcón describe detalladamente el recorrido que hace por las calles de Chatou, que el viajero actual puede reproducir sin dificultad con un poco de imaginación.

La estación desembocaba entonces en una alameda que conducía a la iglesia del pueblo. Hoy encontramos al pie de la estación una plaza confortable y a la derecha, una calle en una urbanización de casas con jardín nos lleva a la iglesia neogótica, que dista menos de un kilómetro de la estación, donde Alarcón se sintió reconfortado.

Chatou Le lavoir
Siguiendo la acera a orillas del Sena podemos ir al barrio donde  estaba la casa de Iriarte, que tenía en la planta baja una lavandería industrial, cuya dueña, como se sorprende Alarcón, vivía en París y hasta tenía carruaje propio o, dicho con sus palabras, “arrastraba coche”.

El lector actual puede cruzar ahora el río por detrás de la iglesia y se encontrará en un bello paraje la

Isla de Chatou. Maison Fournaise
Maison Fournaise, el mítico restaurante  que frecuentaban los pintores impresionistas y que Renoir inmortalizó en El almuerzo de los remeros que reproduce la alegría de esta reputada guingette o taberna popular. Se trata de la isla de Chatou, que por donación del marqués d’Aligre, es propiedad del municipio y donde  no es posible construir. A  una taberna como esta, pero creemos que situada más al norte, fueron los amigos, pues el puente del ferrocarril queda a la izquierda del punto descrito por Alarcón. En 1860 aún no existía el puente peatonal y para cruzar el Sena utilizaban los servicios de un pescador, Luis, que los lleva a la taberna de Maurice, una barraca de madera construida sobre el río para no contravenir las condiciones del marqués d’Aligre, que había donado la isla a la ciudad con la condición de que jamás se construyera nada en sus tierras.

Renoir. Almuerzo de los remeros

Puente de Chatou. Renoir
Los hijos del pescador Maurice van cada día andando a la escuela de Bougival, distante un cuarto de legua, y también un lugar mítico en la pintura impresionista.

En la glorieta de la taberna de Maurice comen con otras dos jóvenes que allí se encuentran y cuya libertad de costumbres y desinhibición moral escandalizan a Alarcón. Alice y Lucile producen un fuerte trauma en la mente de Alarcón, hasta el punto de que, a juicio de Azorín, este momento supone un punto de inflexión en la ideología del escritor. De hecho, a pesar del entusiasmo que transmiten estas páginas, luego recordará esta experiencia con “tedio y abominación”, de forma inexplicable.
Celle Saint Cloud
Van paseando hasta la vecina localidad de Celle Saint Cloud, situada según Alarcón a legua y media de la casa Maurice (unos seis kilómetros), y en un restaurante almuerzan, ríen y juegan al billar los cuatro jóvenes. Como vuelven tarde, Alarcón pasa la noche en la casa de Iriarte con el propósito de volver al día siguiente  a París en el tren de las diez. Sin embargo lo idílico del lugar le hace permanecer tres días más en Chatou. Acuden a misa en Bougival, donde Alarcón ve sorprendido que las sillas del templo tienen nombre, como abonados en un teatro, y que un acomodador vigila. Cerca de Bougival, a media legua, visita la casa que se hizo construir Alejandro Dumas, llamado el palacio de Montecristo. Más adelante, en los años 80, cuando Yriarte sea un severo hombre de estado, comprará y vivirá en una casa dela villa de Saint Cloud, más cerca de París, en la avenida de Montretout, donde fue vecino del músico Gounod, con quien mantuvo una estrecha amistad. Fue su confidente durante la trabajosa composición de la ópera Polyeucte (France Musicale de 3 de enero de 1869) .

Iglesia de Nôtre Dame. Bougival
Para hacer el camino de vuelta coge un ómnibus para cincuenta personas y tirado por un caballo, que lo lleva a la estación de Rueil pasando por Malmaison, en cuya travesía recuerda Alarcón que existe el palacio donde murió Josefina Bonaparte y en el que entonces vivía María Cristina de Borbón, la madre de la reina de España, que se lo había comprado al rey Luis Felipe y que hoy es visitable para el turista.
Castillo de Malmaison
III
Campos Elíseos

Al volver a París se encuentra con Giorgio Ronconi, el tenor italiano que vivió en el  Carmen Buenavista en 
Giorgio Ronconi, el Ropones

Granada con su amante, la malagueña Antonia Onrubia Navarrete, que había acogido las veladas de la Cuerda Granadina, donde era conocido en broma como el Ropones, nombre de otro cantante famoso, un cantaor del Sacromonte. El famoso tenor  lo invita a una fiesta a la que deberá acudir de etiqueta; le depara la sorpresa de llevarlo a comer a la casa nada menos que de su ídolo, Rossini, en una velada inolvidable. 
En la 
Antigua Estación del Oeste (Montparnasse)
plaza de la Madeleine, cerca de su hotel, cogen un coche que los lleva a la Estación del Oeste (actualmente llamada de Montparnasse) donde  toman un tren que los deja en Passy, sin que Alarcón sepa todavía quién es su anfitrión. 

Passy era un pueblecito donde tenían sus maisons de campagne algunos grandes burgueses y multitud de artistas; allí habían vivido unos meses en 1832 el ídolo de Alarcón, Espronceda, con Teresa Mancha, a la que había seducido en el hotel Favart (que existe todavía), huyendo del marido de esta. 
En Passy entran en un pequeño palacio donde encuentra a una veintena de invitados alrededor de  “un viejo alto, grueso, fuerte, con gran peluca rubia, y unas ligeras patillas blancas, sin un hueso en la boca, de grandes y nobles facciones y ojos muy vivos y penetrantes.


Vestía un rendingol castaño, de alto cuello; ancho corbatín de forma antigua y holgado pantalón oscuro. Llevaba en el ojal el botón de la Legión de Honor. Tenía en la mano una caja de rapé, y su voz era destemplada, dominante y agresiva” que  pronto identifica con el compositor italiano. A algunos de los asistentes, cantantes y músicos, los reconoce Alarcón por haberlos podido ver en Madrid.


Rossini hablaba bien español por haber estado casado con la cantante madrileña Isabel Colbrand (tía, por cierto, de Julia Espín Colbrand, musa de Bécquer). 

Al día siguiente una noticia aciaga ensombrecerá su estancia en París. Ocho días después de haber

Antigua rue d'Albe

visto a la duquesa de Alba con su madre, doña Manuela, en el bosque de Bolonia, se entera Alarcón de que la granadina está agonizando y se acerca a su palacio, situado en la actual rue Lincoln (antes rue d’Albe), esquina con la avenida de los Campos Elíseos, 73.
 

Duquesa de Alba
En la calle hay una orquesta Musard  y la popular Paca, Francisca de Sales Portocarrero, fallece en el momento en que están interpretando (de forma sospechosamente oportuna, ¿licencia poética?) "Tu che a Dio spiegasti l'ali", el aria final de Lucia de Lammermoor, que tiene un carácter especialmente fúnebre.
 Alarcón entró en el palacio a despedirla y dos días después asistió a su funeral en la Madeleine, al que no pudo asistir su hermana, la emperatriz Eugenia de Montijo, que se encontraba en Argelia de viaje oficial con su esposo.
Muy cerca, en el número 19 de la Avenue Kleber, donde ahora se halla el exclusivo hotel The Peninsula Paris, se alojó durante su exilio (1868-1904) la reina Isabel II. Entonces se conocía como el Palacio de Castilla y fue comprado por la reina al aristócrata ruso Alexander Basilewski..

Antiguo Palacio de Castilla

 Para finalizar, Alarcón vuelve al estilo que había prometido abandonar (“las cosas serias”) y hace una detallada reflexión sobre   la moda realista en la música (“la armonía imitativa, la onomatopeya”),  y en  la novela (“la novela había encontrado una servil imitación de la realidad, la fotografía del vulgo, la prosa de la vida elevada á la categoría del romance”).

Consciente de la mezcla de clases que aglutina la urbe capitalista, Alarcón no deriva a las conclusiones desgarradas del spleen de Baudelaire (“¡Oh!... En España no siente todavía el espíritu la dolorosa angustia que experimenta en París”), sino que admira las atenciones sociales  que presta la ciudad moderna: “Yo había visto el mayor orden y la más admirable policía en todas partes; el primor artístico, la propiedad y la exactitud en todas las cosas; el rigor legal y la igualdad filosófica nivelando en teoría a todos los individuos, y la gracia, la limpieza, la abundancia, el placer, la cordura brillando en los hechos, en las personas y en los objetos inanimados...
Había admirado los establecimientos de beneficencia civiles y militares, oficiales y privados...
En el Hotel de los Inválidos, por ejemplo, había visto convertidos en unos verdaderos prebendados a los que se inutilizaron en defensa y gloria de la patria... y casi divinizados a los pocos y decrépitos veteranos que aún quedan del primer imperio. . .

En los hospitales me había sorprendido el lujo, el bienestar, el cuidado que rodea a los míseros enfermos.”

“Ha aquí un resumen de su sistema. Ni bien ni mal abstractos: Todo aquello que es útil es bueno: todo lo que molesta es malo. El hombre tiene derecho a todo.”

“¡Oh!, sí: desde que el hombre tomó la administración de sus intereses; desde que dejó de esperarlo todo de la gracia de Dios; desde que vive por su cuenta, la sociedad se halla mucho mejor organizada, todo marcha perfectísimamente, y la humanidad es tan feliz que da gloria pensar en ello”

Pero  hay un fondo irónico, pues ello no colmará la felicidad del hombre:  

“¿Cómo es posible que el hombre viva solo de bienes materiales? ¿Cómo ha de ser que limite su esperanza al breve espacio de su existencia terrena? ¿Cómo no han de preocuparle los grandes misterios del nacimiento y de la muerte? ¿Cómo no han de holgar en él, aunque nade en los placeres y en las riquezas, una inmensa capacidad de mejores goces, un infinito deseo de ciencia, una inextinguible sed de justicia, y una aspiración sin límites a perdurables hermosuras?"

Y concluye Alarcón, “Y aquí termina mi cuadro de la vida de París." El día 14 de octubre parten Alarcón e Iriarte para Italia, que está en plena guerra civil.
 
(Pedro Antonio de Alarcón volverá a París, con su amigo, el malogrado aventurero Benjamín Fernández Vallin, en diciembre de1866, tras haber sido desterrados  por firmar, junto a otros 120 diputados unionistas, una protesta dirigida a la reina y al gobierno de Narváez y González Bravo; pero no dejó ningún testimonio literario de esta tercera estancia suya en París).

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