Unamuno. San Manuel Bueno, mártir

Comentario de María del Mar Díaz Marín. 2º C. IES Ángel Ganivet

Y Lázaro, acaso para distraerle más, le propuso si no estaría bien que fundasen en la iglesia algo así como un sindicato católico agrario.
-¿Sindicato? -respondió tristemente Don Manuel-. ¿Sindicato? ¿Y qué es eso? Yo no conozco más sindi­cato que la Iglesia, y ya sabes aquello de «mi reino no es de este mundo». Nuestro reino, Lázaro, no es de este mundo...
-¿Y del otro?
Don Manuel bajó la cabeza: 
-El otro, Lázaro, está aquí también, porque hay dos reinos en este mundo. O mejor, el otro mundo... Vamos, que no sé lo que me digo. Y en cuanto a eso del sindicato, es en ti un resabio de tu época de progresismo. No, Lá­zaro, no; la religión no es para resolver los conflictos eco­nómicos o políticos de este mundo que Dios entregó a las disputas de los hombres. Piensen los hombres y



obren los hombres como pensaren y como obraren, que se consuelen de haber nacido, que vivan lo más contentos que puedan en la ilusión de que todo esto tiene una finalidad. Yo no he venido a someter los pobres a los ricos, ni a predicar a es­tos que se sometan a aquellos. Resignación y caridad en todos y para todos. Porque también el rico tiene que re­signarse a su riqueza, y a la vida, y también el pobre tiene que tener caridad para con el rico. ¿Cuestión social? Deja eso, eso no nos concierne. Que traen una nueva sociedad, en que no haya ya ricos ni pobres, en que esté justamente repartida la riqueza, en que todo sea de todos, ¿y qué? ¿Y no crees que del bienestar general surgirá más fuerte el tedio a la vida? Sí, ya sé que uno de esos caudillos de la que llaman la revolución social ha dicho que la religión es el opio del pueblo. Opio... Opio... Opio, sí. Démosle opio, y que duerma y que sueñe. Yo mismo con esta mi loca actividad me estoy administrando opio. Y no logro dormir bien y menos soñar bien... ¡Esta terrible pesadilla! Y yo también puedo decir con el Divino Maestro: «Mi alma está triste hasta la muerte». No, Lázaro; nada de sin­dicatos por nuestra parte. Si lo forman ellos me parecerá bien, pues que así se distraen. Que jueguen al sindicato, si eso les contenta.

 
1.      Organización de las ideas del texto.

El texto puede dividirse en dos partes:

1ª parte: comienza con un pasaje narrativo en el que Lázaro sugiere a don Manuel la creación de un sindicato agrario, invitación que este declina.

2ª parte:  la última y extensa intervención de don Manuel se divide en cuatro apartados:
1º) explica razonadamente por qué la religión no debe mezclarse con la política
2º) separa los interese sde la religión y de la política,
3º) rechaza la idea de crear un sindicato como solución a los problemas humanos, y
4º) antepone la religión como verdadero consuelo de todos  los hombres, ricos y pobres, y reafirma el valor de la religión como adormecedor de las angustias del pueblo.
 
2.      Tema: la oposición de la Iglesia a las ideas progresistas.
Resumen: Viendo Lázaro triste a don Manuel le plantea la posibilidda de crear un sindicato que ayude a los campesinos de la aldea, invitación que declina don Manuel. Según él, la religión no tiene nada que ver con la política, y piensa que los debates políticos son superficiales y no le afecta a él, que siente que su misión es dar consuelo a la angustia existencial que sienten los hombres ante la muerte mediante el mensaje religioso.

3.      Comentario crítico. 

Es conocida la actitud errática de Unamuno con la II República;  pero siempre fue honesta, porque ante todo, Unamuno era un hombre apasionadamente íntegro y consecuente con sus ideas. Después de haber sufrido destierro por sus artículos contra la monarquía y la dictadura, fue diputado por Salamanca en las Cortes de la República, pero luego dimitió y criticó la actitud tibia del gobierno republicano ante los extremistas y radicales anticlericales. El 18 de julio, al iniciarse la guerra, se puso al lado de los militares sublevados, que lo nombraron concejal del ayuntamiento y  rector de la universidad (a pesar de que estaba juilado desde 1935). Pero al ver la crueldad criminal de los falangistas, se arrepintió.El 12 de octubre se enfrentó públicamente al jefe de la Legión, por lo que tuvo que salir entre las amenazas y abucheos de falangistas y soldados. Recluido en su casa, protestó airadamente por el asesinato de muchos de sus amigos, especialmente por los de Atilano Coco y el rector de la Universidad de Granada, Salvador Vila.
El texto pertenece a la obra SMBM, del escritor Miguel de Unamuno. Esta novela fue publicada en 1931, en los convulsivos años del comienzo de la II República. Unamuno, que durante toda su vida dio pruebas reiteradas de su pensamiento liberal y oposición a la monarquía de Alfonso XIII y a la dictadura de Primo de Rivera, al final de su vida dudó también de la eficacia de los partidos políticos democráticos y organizaciones sindicales. En este fragmento manifiesta este rechazo con claridad. 

Esta actitud contradictoria es compartida también por otros autores de la generación del 98, que a principios de siglo se mostraron regeneracionista y liberales y luego evolucionaron a posturas críticas hacia los partidos democráticos (por ejemplo, Pío Baroja o Azorín).

También aparece en el texto otro leit-motiv de la generación del 98, que es la angustia existencial producida por la desconfianza en la ciencia y en la razón como instrumentos para entender la realidad y alcanzar el bienestar.

Este fragmento pertenece a la parte central, al nudo de la acción narrativa, en la que el sacerdote don Manuel Bueno da a entender sus dudas a Lázaro, que hace en este pasaje de confidente del protagonista. Los hechos son narrados por Ángela, hermana de Lázaro, que tiene la precaución de advertir al principio de la novela que conoce las conversaciones íntimas de don Manuel y Lázaro porque este se lo comunicó a ella antes de morir. En cuanto al espacio narativo, hay una mención a la aldea en que transcurre la obra, que se trata de Valverde de Lucerna, trasunto literario de San Martín de Castañeda, de Zamora, y aldea próxima al lago de Sanabria. No hay mención al tiempo en que transcurre, aunque las referencias a la lucha obrera nos sitúa en la época histórica de la transición de la monarquía a la II República; en cuanto al tiempo narrativo, corresponde a los momentos álgidos de la insoportable crisis que sufre el protagonista. 
Unamuno utiliza la modalidad textual de diálogo profusamente en la novela, como forma de recoger de manera dialéctica las frecuentes contradicciones y paradojas en que cae el autor. Aparece en abundancia las interrogaciones, exclamaciones, vocativos (“Lázaro”), oraciones nominales e inacabadas, repeticiones, uso de verbos en 1ª y 2ª persona; características propias del lenguaje coloquial.

En este caso se da cuenta de cuatro intervenciones.

La primera aparece introducida indirectamente por la narradora, utilizando la fórmula “le propuso si…”; y pone de manifiesto la poca confianza que tiene Lázaro en su propuesta, que la hace solo “acaso para distraerle”

La segunda es una intervención directa, también apoyada por un verbo de habla (“respondió”) y llena de interrogaciones retóricas, que dan a entender el rechazo a la propuesta de su amigo, que se limita a dar pie a la definitiva intervención del sacerdote.

En esta intervención comienza, en las seis primeras líneas, mostrando la supuesta inutilidad de la lucha política y sindical, que atribuye a una frivolidad propia del pensamiento “progresista”.

A continuación hace una referencia obvia al movimiento comunista (una sociedad en la que “todo sea de todos”) y a Carlos Marx (“uno de esos caudillos… ha dicho que la religión es el opio del pueblo”).

Al final termina su intervención como había empezado, ratificándose en su rechazo por la política, que entiende como un entretenimiento frívolo, y su preocupación por la religión.

Es evidente que Unamuno vive de espaldas a los problemas reales de la sociedad en un momento en que, a los 67 años, se ve que pertenece a un momento histórico pasado y no entiende el momento que le toca vivir, que se permite ridiculizar frívolamente. Parece injusto el desdén con que trata la actividad política y la lucha obrera, y es irrisoria la igualdad que establece entre el sufrimiento de los ricos y de los pobres. El desprecio absoluto hacia las condiciones materiales y económicas de la vida y la reducción de la realidad al mundo de las ideas y del pensamiento nos lleva a pensar a un hombre profundamente desencantado y pesimista, una actitud inadecuada para  aspirar a la felicidad que pretende.
En mi opiión, este fragmento abre un gran debate. Creo que Unamuno acierta cuando propone que la religión no influya en la política; aunque, por esa misma razón, que son dos ámbitos distintos, estoy en desacuerdo con el ataque frontal a los sindicatos, que cumplen una función social encomiable. No creo que la sociedad tenga que resignarse a permanecer inamovible; y el hombre tiene la obligación de luchar por la justicia, y no conformarse con la caridad, como propone Unamuno.

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