Pedro Antonio de Alarcón en Paulenca
Suscribo plenamente y hago mía la declaración que hace Quevedo sobre su amor por la lectura. Lo manifiesta de forma elocuente en el soneto que empieza: Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos , y escucho con mis ojos a los muertos. Entre los autores que habitualmente leo, recuerdo, me guían y me hablan está muy a menudo Pedro Antonio de Alarcón. Es lógico, puesto que visito a menudo Guadix, y es fácil recordarlo en su pueblo. Ayer estuve en Paulenca y tuve ocasión, otra vez, de escuchar a Padeaya y mantener con él una imaginaria y fructífera conversación (vuelvo a mencionar a Quevedo hablando de los clásicos: o enmiendan o fecundan mis asuntos ). Recordé cuando Pedro Antonio relata las excursiones al cortijo que tenía su padre en Paulenca: Los tres primeros viajes de mi vida fueron en burro, esto es, a la morisca pobre... ¡Mi buen padre, que santa gloria haya, tenía demasiados hijos par