Pedro Antonio de Alarcón en Paulenca
Suscribo plenamente y hago mía la
declaración que hace Quevedo sobre su amor por la lectura. Lo
manifiesta de forma elocuente en el soneto que empieza:
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.
Entre
los autores que habitualmente leo, recuerdo, me guían y me hablan
está muy a menudo Pedro Antonio de Alarcón. Es lógico, puesto que
visito a menudo Guadix, y es fácil recordarlo en su pueblo. Ayer
estuve en Paulenca y tuve ocasión, otra vez, de escuchar a Padeaya y
mantener con él una imaginaria y fructífera conversación (vuelvo a
mencionar a Quevedo hablando de los clásicos: o enmiendan o
fecundan mis asuntos). Recordé cuando Pedro Antonio relata las
excursiones al cortijo que tenía su padre en Paulenca:
Los tres
primeros viajes de mi vida fueron en burro, esto es, a la morisca
pobre... ¡Mi buen padre, que santa gloria haya, tenía demasiados
hijos para tener también muchos caballos!
El
burro... de regalo (llamémosle así) que su merced nos había cedido
a los muchachos más pequeños, y en que solíamos ir, por turnos de
dos y hasta de tres jinetes simultáneos, a comernos, al pie de
fábrica, las uvas de ojo de liebre a que debía su celebridad
nuestra inolvidable viña de las Angosturas de Paulenca, llamábase
Lucero, y fue el que me sirvió de cabalgadura para los mencionados
tres viajes. (Más
viajes por España).
Este mismo camino, desde la esquina de Paulenca hasta la ermita de San Antón, también era un paseo muy frecuentado por las pandillas de adolescentes en la época de la juventud de Alarcón. Por aquí, como por el Paseo de la catedral, platicó incansablementecon sus amigos de la Tertulia y de la Cofradía, y mantuvo sus primeros escarceos amorosos: A la vuelta de las viñas,/ de las viñas de mi pueblo,/ Dolores se quedó atrás… Juntos por los olivares/fuimos así mucho tiempo.
Este mismo camino, desde la esquina de Paulenca hasta la ermita de San Antón, también era un paseo muy frecuentado por las pandillas de adolescentes en la época de la juventud de Alarcón. Por aquí, como por el Paseo de la catedral, platicó incansablementecon sus amigos de la Tertulia y de la Cofradía, y mantuvo sus primeros escarceos amorosos: A la vuelta de las viñas,/ de las viñas de mi pueblo,/ Dolores se quedó atrás… Juntos por los olivares/fuimos así mucho tiempo.
No me
extraña que Pedro Antonio de Alarcón evocara en su madurez la
comarca de Paulenca. Es el paisaje de Paulenca excepcional. A partir
del torreón morisco, al acercarse el camino a la rambla, se entra en
una vega feraz, los altos álamos, las verduras de las huertas, todo
suaviza la vista castigada por los cerros secos del cementerio. Luego
el pueblo, las cuevas, la almazara, y enseguida, en la salida, al
iniciar el camino del Marchal, otra vez el secanal. Aquí “entre
riscales y otros silencios”,
que dice en su libro mi hermano Monchi, tenemos que
detenernos a dejarnos invadir por el perfume del tomillo y “la
lluvia amarilla” de las aulagas. Y vuelvo a Quevedo, y confirmo que vivo en conversación con los difuntos,/y escucho con mis ojos a los muertos. Delante no vemos más que caminos,
caminos serpenteantes que ascienden hasta la meseta del Marquesado,
caminos rectos e interminables por los llanos de Cogollos a la
derecha; y a la izquierda, por los llanos altos de Hernán-Valle.
Y
delante de nosotros, pugnando con el cielo radiante, el Mulhacén, y
Sierra Nevada, tantas veces descrita por Alarcón:
Sierra
Nevada es el alma y la vida de mi país natal. A su pie,
reclinada la frente en sus últimas estribaciones septentrionales y
tendidas luego en fértiles llanuras, están, en una misma banda, la
soberbia y hermosa capital de Granada y mi
vieja y amada ciudad de Guadix; a diez leguas
una de otra; aquélla al abrigo del elegante Picacho de
Veleta, y ésta al amparo del supremo Mulhacén,
cuyos ingentes pedestales se adelantan al promedio del camino con
titánica majestad. (La
Alpujarra)
Me
gusta esa reiteración de Pedro Antonio de Alarcón en señalar
frecuentemente algún rasgo morisco más o menos directo para
referirse a él mismo o a su experiencia vital. Normalmente de forma
cariñosa.
No me
cortaré en discutir con el escritor. ¿No se habría equivocado al
situar las Angosturas en Paulenca? Conocemos las Angosturas de Gor.
Perico, ¿No te fallaría la memoria en tu retiro de Valdemoro?
Porque sí sabemos con seguridad que Alarcón también tenía
propiedades en Hernán-Valle. Incluso que era socio de la sociedad a
la que se encargó desde el Congreso la elaboración de la vía
férrea que uniría Moreda con Almería, pasando por Guadix. Era a la
vez ponente de la Comisión del Congreso que otorgaría la licencia y
socio fundador de la sociedad que la construiría. Para más
bochorno, pretendía que pasara el tendido ferroviario por los
terrenos que tenía en Hernán-valle, eso sí, a nombre de su hermano
Luis.
Sigo
conversando con Alarcón. Me gusta esa referencia a las uvas de ojo
de liebre.
Es una variedad de tempranillo que se da actualmente más en Cataluña
que en Granada. Allí se llama ull de
llebre. Qué
tiempos cuando la zona de Guadix abundaba en viñas. Pedro Antonio de
Alarcón asocia el campo de Guadix a las viñas (A
la vuelta de las viñas,/ de las viñas de mi pueblo).
Lo mismo hace en El niño de la Bola.
Cuando entra el protagonista en Guadix, lo anuncian:
¡Manuel Venegas! ¡Allí viene! ¡Ya cruza las viñas!
¡Pronto llegará aquí!
Al regresar y pasar
por el cementerio de Guadix, nuevamente evocamos a Quevedo y su
invitación a buscar la compañía de los libros: En
fuga irrevocable huye la hora;/ pero aquélla el mejor cálculo
cuenta,/ que en la lección y estudios nos mejora.
Comentarios
Publicar un comentario