Pedro Antonio de Alarcón, un indignado de 1854
VERDADES DE PAÑO PARDO
Pedro Antonio de Alarcón escribió en 1854, cuando tenía 21 años y ya se disponía a trasladarse a Madrid, un sabroso artículo que me ha parecido que, como pasa con tantas líneas del autor accitano, ahora adquiere plena vigencia. Lo publicó en El eco de Occidente, revista que servía de órgano al famoso grupo de escritores granadinos reunidos bajo el nombre de La Cuerda Granadina, y se llama Verdades de paño pardo, que es tanto como decir “verdades de Perogrullo”.
En el artículo,
el joven Perico, como era conocido entonces en Guadix y en los
círculos literarios granadinos (y con ese nombre lo inmortalizaría
más adelante Pérez Galdós en la novela Aitta Tetuen), se
nos muestra como un precursor de los jóvenes del 15-M, un joven
indignado con los políticos de la época.
Recién producido
el cambio de gobierno conservador a progresista, después de la
revolución de julio de 1854, el escritor ya denuncia que los cambios
precisos para mejorar la hacienda pública recae de forma
inmisericorde sobre las espaldas de los más afligidos. Es un relato
que él, como siempre suele hacer, insiste en que ocurrió de verdad.
Es un artículo de trazos naturalista, de los que justifican que
Azorín lo comparara con Goya.
Cuenta el
bachiller Padeaya (Pedro Antonio de Alarcón y Ariza) que un día
paseaba sobre los lomos de un borrico por uno de esos llanos tan
frecuentes en Andalucía, y que por lo estériles y melancólicos
vienen a ser unas «manchas» en miniatura.
Bien podría tratarse de los llanos del Marquesado, pues de Aldeire
era originaria la familia paterna (como lo fuera dos siglos antes la
familia materna de otro escritor accitano, Antonio Mira de Amescua),
o de los llanos de Hernán-Valle; pues a ambos sitios refiere que
hacía frecuentes visitas, y ambos corresponden al paisaje del
artículo que comentamos.
En
su vejez (se consideraba a sí mismo viejo a los cincuenta años)
recuerda emocionado a su padre: ¡Mi buen padre, que santa
gloria haya, tenía demasiados hijos para tener también caballo! El
burro que su merced nos había cedido a los muchachos más pequeños,
y en que solíamos ir por turnos de dos y hasta de tres jinetes
simultáneos...llamábase Lucero
(Últimos escritos).
Yendo
por este camino, a una legua de Guadix le sorprendió una tormenta, y
se encontró una miserable choza en la que refugiarse. La descripción
ahorra cualquier comentario:
Figúrese usted
una especie de tienda, choza o manida ahumada, sin más muebles que
unos platos de barro empinados en un rincón, una poca de paja -lecho
general- esparcida en otro, tres o cuatro troncos por asiento, una
olla colocada ante el bien nutrido hogar, un cántaro desportillado y
una patizamba mesa.
En torno al
hogar había cinco personas.
Entabla Padeaya conversación con el cabeza de familia, que le
suplica que interceda en el registro de Guadix para aplazar el pago
de los numerosos impuestos que el nuevo gobierno le ha recargado. Así
explica sus desventuras el padre “de aquella honrada familia”:
Tengo que pagar un censo por el
solar a los propios de *** y la contribución territorial al
Gobierno. Además, pago el consumo...caballero...¡esto da risa!
Pagar el consumo y no desayunarnos algunos días. También me
cobraron subsidio el año pasado porque compré una cuartilla de
aguardiente para que mi mujer la revendiera a los pasajeros y ganar
así un cuarto o dos diarios; pero vi que el subsidio me costaba más
que el lucro, y tuve que quitar el ramo... ¡Gracias a Dios que no ha
ocurrido todavía al Rey pedirme otra contribución porque corte
leña!...
-A todo esto -interrumpí yo-, no me dice usted en qué puedo servirle.
-Es verdad... allá voy. El año pasado pagué, además del real de censo por esta choza, doce reales de contribución, que hacen tres reales cada trimestre, y diez reales de consumo, que son veintiún cuarto de tres en tres meses, que compone todo cinco reales y medio cuatro veces al año, además del real del censo: es decir, que con cuatro cargas de leña salía del paso... Ya sabíamos que el día del pago no se comía casi nada... pero, un día, de tanto en tanto tiempo, cualquiera lo pasa mal... Este año es otra cosa. Las contribuciones han subido: me piden diez y seis reales de consumo y veinte de territorial; esta última, aumentada, sin duda, porque he puesto las retamas en el techo y la choza está más decente con mi trabajo... En cuanto a exigirme más consumo, no sé por qué ha sido, pues este año comeremos menos que el pasado... De cualquier modo, cada trimestre me cuesta este año nueve reales... ¡Nueve reales, señorito! Ni con quemado pago. Dos días de trabajo enteros y verdaderos... ¿con qué nos alimentamos esos días? Mire usted esas criaturas desnudas... ¡Oh!, hace una semana que cumplió el plazo y ya he recibido cuatro recados... ¡me amenazan con embargarme! ¿Y qué me van a embargar? En fin, esta mañana he mandado a mi Juan a *** para que le suplique al alcalde que me rebaje alguna cosa, pues lo que es nueve reales me es imposible pagarlos. Como su merced dice que va al pueblo y conocerá allí a todo el mundo... quisiera que hiciese también en este asunto todo lo que pudiese.
Lectores: ¿No es verdad que no necesito tornarme el trabajo de deciros lo que pensé durante el anterior parlamento de mi huésped? ¿No es verdad que adivináis las mil emociones las mil ideas, los mil sarcasmos que se apoderarían de mí?
Quedé abismado en mis reflexiones, sin contestar al leñador.
-Y cuando pienso -prosiguió éste-
que lo mismo tengo yo con que reine Juan o Pedro y que a mí el
Gobierno no me sirve de nada...
La narración de Pedro Antonio de Alarcón pone énfasis en varios
aspectos plenamente coincidentes con la situación actual: la
dignidad, la seriedad y la madurez con que el pueblo español es
capaz de asumir y comprender sus obligaciones para con el estado,
incluso desde la situación de la más absoluta indigencia; y el
abuso, inmoralidad y egoísmo que practican las clases dirigentes.
En cuanto a los intelectuales, todavía no existe como grupo social
con conciencia propia; a mediados del siglo XIX, el literato está
unido a la clase política, digamos figuradamente que “se pone de
perfil”. Por un lado, se conmueve con la visión atroz de la
familia de campesinos harapientos, y, por otro, los engaña y
justifica a la clase dominante y a la Iglesia, garantes del orden
ideal frente a la amenaza de los “hombres malos”.
Me parece que el artículo no tiene desperdicio. Pedro Antonio de
Alarcón decidió no incluirlo en la edición sus Obras Completas,
pero ahora podemos disfrutarlo desde la página dedicada al autor en
la Biblioteca Virtual Cervantes. De todas formas, lo ofrezco
completo a continuación.
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