HISTORIETAS LOCALES, 2 A las doce, tertulia
Desde que Pedro Antonio de Alarcón llegó a Madrid, con
apenas veinte años, hasta su muerte, con casi sesenta, fue el perejil de todas las reuniones. Dotado
de una indudable chispa andaluza, además de atesorar un amplio bagaje de
experiencias personales y ser un pozo de anécdotas históricas y tradiciones
populares, era huésped demandado en los cenáculos literarios, tertulias
aristocráticas y cónclaves políticos. Él mismo mantenía una animada tertulia en
sus casas de la calle Atocha y de Valdemoro.
Asistía a tertulias de todo tipo: de respeto, de confianza,
de buen tono y las guasonas (él se consideraba sí mismo “franc-guasón”) y
su ambiente es descrito por Alarcón en innumerables ocasiones. Las hay de todo
tipo. Valga como ejemplo la tertulia de don Cecilio de la Roda, en Albuñol: “figuraos, en fin, dentro de esa casa una tertulia como
las del mundo civilizado: su camilla con su brasero, su alegre quinqué, una
amabilísima señora, cuatro señoritas a cuál más guapa y más discreta, un
afortunado novio, delicadas labores, libros modernos, chispeantes
conversaciones, amor en unos ojos, en otros melancolía, en otros jubilosa
indiferencia, sonrisas en todos los labios, buenas ausencias hechas a personas
queridas …”, tan distinta de esta otra, en plena guerra de África: “alguna que
otra tertulia de oficiales, que almorzaban a aquella hora, pan y queso,
salchichón y vino, sobre la tierra que acababan de ensangrentar sus
compañeros... ¡Qué alegre, qué animada, qué marcial perspectiva!”, y de esta
otra, más cosmopolita: “A las ocho, la fonda; a las nueve, el teatro; a las
doce la tertulia, el té, la buena conversación en torno de la chimenea, el
tête-a-tête con la dueña de la casa en que tenéis el privilegio de quedaros rezagado;
a las tres la última vuelta por el casino, el chocolate final… y, en fin, a las
cuatro a casa”. Sin duda la más envidiable es la del molinero, que se desvivía
“en su
tertulia vespertina, ofreciéndoles... lo que daba el tiempo, ora habas verdes,
ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que están muy buenas
cuando se las acompaña de macarros de pan y aceite; macarros que se encargaban
de enviar por delante sus señorías), ora melones, ora uvas de aquella misma
parra que les servía de dosel, ora rosetas de maíz, si era invierno, y castañas
asadas, y almendras, y nueces, y de vez en cuando, en las tardes muy frías, un
trago de vino de pulso (dentro ya de la casa y al amor de la lumbre), a lo que
por Pascuas se solía añadir algún pestiño, algún mantecado, algún rosco o
alguna lonja de jamón alpujarreño.”
Otros sabrosos testimonios de otras tertulias nos deja en innumerables páginas, como en "¿Por qué era rubia?", "La redacción de El Belén", "Don Gregorio Cruzada Villaamil", y en sus novelas y libros de viajes (la de la botica de "El niño de la Bola", la de Rossini en De Madrid a Nápoles", etc.
Otros sabrosos testimonios de otras tertulias nos deja en innumerables páginas, como en "¿Por qué era rubia?", "La redacción de El Belén", "Don Gregorio Cruzada Villaamil", y en sus novelas y libros de viajes (la de la botica de "El niño de la Bola", la de Rossini en De Madrid a Nápoles", etc.
Existe una
fotografía, en la que aparece el accitano; es el primero a la izquierda, y vemos
cómo compartía tertulia con personajes tan dispares como el republicano Pérez
Galdós, el ultraconservador y católico Menéndez Pelayo, de quien además había de
soportar su mítica halitosis y otros malos olores; el marqués de Miraflores, director del diario La Época, donde colaboraba frecuentemente Alarcón; el novelista carlista José María Pereda, el conde de Navas,
erudito curioso y académico, que precisamente dedicó su discurso
de entrada en la Academia a las tertulias, y en el que menciona como buen
tertuliano a Alarcón; el venerado Juan Valera , de amplia tradición liberal; un
asistente desconocido, que ha sido identificado con Rubén Darío o Andrés
Mellado; y el diplomático argentino
Carlos Ocantos, también novelista.
Datamos la fotografía entre 1886 y 1890, años en que Ocantos ocupó la embajada española.
La tertulia
obedece a la cena ofrecida por Ocantos en el palacio del conde de las Navas.
Suponemos que la cena fue copiosa y la charla animada. Solo sabemos que hubo un
sabroso debate sobre el término que podría sustituir al galicismo “menú”.
Propusieron comida, minuta, puchera, etc.
Alarcón prefería el término lista, por
ser el más frecuente en las fondas españolas.
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