Poemas de Miguel Gutiérrez a Alarcón (Albores)

Miguel Gutiérrez Jiménez (Los Gualchos, 1848- Granada, 1914) fue catedrático de Gramática Latina y Castellana y Preceptiva y Retórica en los institutos de Guadalajara, Cabra, Jaén, Córdoba y Granada. Fue también ensayista, poeta y periodista. Autor del libro Albores (Granada, 1881), al que pertenecen los tres poemas reproducidos a continuación. En su juventud encontró en Madrid el apoyo de Alarcón, quien facilitó su entrada en la prensa madrileña y el contacto con la duquesa de Santoña, de quien fue secretario. Llama la atención la reprobación a su antiguo padrino que contiene la poesía dedicada a El Niño de la Bola. En Granada colaboró en El Defensor de Granada y La Alhambra y fundó y dirigió Idearium.
A D. PEDRO A. DE ALARCÓN
Allá, por los floridos tomillares,
Que bordan la colina, que sujetaLa espuma de los mares,
No sé qué brisa, revolando inquieta,
Llevó tu nombre célebre, oh poeta,
Al último rincón de mis hogares.
Allí lo repetía
Mi madre cuando llena
De ilusiones patrióticas, veía,
Tras el piélago azul, la seca arena
Del África bravía…
¡Cuántas veces, del Atlas la cadena
Salvó mi temeraria fantasía!
Y te vio… en la campaña,
La pluma y e acero
Manejando a la par, vate de España
Y de España guerrero,
Tu palabra inmortal como tu hazaña.
Del África llevando a las arenas
La fe ardiente, la enérgica bravura
Que arranca de Granada a las almenas
Las huestes agarenas
Hundidas del desierto en la amargura,
Sellaste con la sangre de tus venas,
(del poeta soldado timbres fieles)
Nuevo Ercilla, tus épicos laureles.
De tu rico pincel en los colores
El líbico pensil dejó primores
El sol equinoccial rayos ardientes,…
Y al morir los valientes,
En sus padres soñando y en la gloria,
Se confundieron en su adiós eterno,
-y en su última victoria-
La fiel memoria del hogar paterno
Y del noble poeta la memoria!...
Y el cantor de esa guerra
Que la fe de diez siglos reverdece,
Ya en la española tierra
Con nueva inspiración se agranda y crece.
Que al retornar a la nativa playa,
Claro adalid y trovador romántico,
Con doble aliento su laúd ensaya
Bello y sonoro cántico
Que oyó el Genil y repitió el Atlántico.
Tú cantaste del mar la soberana
Grandeza, con la lira de Quintana;
Tú con épica trompa,
-Que sonó como cítara cristiana
Del árabe jardín entre la pompa-,
Al moro rey seguías
Del Padul por la loma –do en sus giros
Aún lleva el viento lúgubres suspiros-,
Por las cuestas bravías,
Por las frescas umbrías
De mi Alpujarra, -dulce en tus cantares-,
Y a través de los mares
Por do Boabdil, sin púrpura y sin honra,
Huyó a los mauritanos aduares
Su vergüenza a ocultar y su deshonra.
¿Quién, lejos del hogar, calma su pena
Si nuevo hogar no labra con sus manos?
Cuando la Noche Buena
De sus misterios llena
Los lares accitanos,
¡Qué donosa poesía,
Qué arranques de feliz melancolía!
Mira el poeta en soledad oscura,
Allá lejos, muy lejos,
De vaga luz que trémula fulgura
Los pálidos reflejos;
Y el tiempo vuela, y en creciente llama
Aquella luz, que oscila,
Corre y corre y acércase, y derrama
Más vivo resplandor, y al fin tranquila,
Suave y amorosa,
Sobre el tronco se posa
Que hirió del leñador el golpe duro
Para alumbrar de Enero las veladas,
¡Y del poeta en el hogar futuro
Aparece entre rojas llamaradas!...
¿Quién, en el encuentro,
Agitado palenque de la idea,
Do sus rayos fulmina el pensamiento,
Sabe el afán, las ansias, el tormento,
Del que, en su loca aspiración, pelea,
Y, con latir violento
Se lanza presuroso
En pos de un ideal, y enamorado
Quizás de un sueño azul y luminoso,
Próximo siempre y nunca realizado?
(…)
Pidiéndole tu dicha, al cielo pido
Por mi amor, dos afectos enlazando.
-Allá junto a la playa en un ejido
Hay un lugar; allí siempre aguardando,
Existe una Mujer; allí la hoguera
De mi hogar atizando,
Hay una Madre fiel que al Hijo espera…
¡Y está esa Madre por los dos velando!...
EL NIÑO DE LA BOLA
(A D. PEDRO A. ALARCÓN)
No más el labio mudo:
Lo exige la verdad. Ya no respeta
Acre mi ingenio rudo
Tu numen claro, tu decir agudo,
Tu inspiración bellísimo, oh poeta.
Airado
ya no cruje
Sobre el siglo tu látigo sañudo…
¿Dónde
está aquel acento poderoso,
Aquel vivo calor, aquel empuje
Que animaran tu Escándalo glorioso?
¿Dónde?...
Bajo tu pluma
No brotan ya, con líneas y colores
De hermosos resplandores,
De estudiados ambages sin la bruma,
Las figuras severas,
Gallardos tipos de moral cristiana,
Que se levantan, con valor, enteras
Sobre el escombro de una edad liviana.
¿Dónde
viste aquel Niño vigoroso,
De fiero corazón y forma ruda,
Engendro de la sierra misterioso,
Vano, informe coloso,
Que vencen los fantasmas de la duda,
Cuando aún la fe conmueve sus entrañas?
¡No es hijo, vive Dios de tus montañas!
Allí
la sangre en rápido torrente
Circula por las venas;
Allí se adora a Dios porque se siente
Su espíritu potente
En las nieves serenas,
Que coronan de espléndida blancura
Del Mulhacén la altura;
En las flores que bordan el atajo,
Por do ruedan las aguas sonorosas;
En las quiebras, do el viento con trabajo
Va moviendo sus alas temblorosas;
En el vago idealismo
De aves que cantan su amoroso celo;
En las peñas que bajan al abismo,
Y en las nubes que tocan en el cielo.
Allí
se cree y se muere
Por la fe… ¡Allí se mata
A la mujer ingrata,
Que con traición sarcástica nos hiere!
Pero no se vacila
Jamás: es la pasión tempestuosa;
No apacible y tranquila,
Cual aura cariñosa
Que el pétalo acaricia de la rosa.
El
Niño de la Bola no naciera
En Axí… Ni tampoco
Aquel reptil, de corazón de fiera,
Que, en su ignorancia vil y su descoco,
Apenas tiene, bajo el ruin aspecto
De lúgubre figura,
Lugar para un afecto,
Como rayo de luz en nube oscura.
Eso está en la ciudad, donde no viste
La impiedad tan fatídico ropaje,
Pues la elegancia y pulcritud le asiste;
Y, cual bello celaje
El rayo destructor guarda en su seno,
Cortes lanza el impío,
Entre frases de mágico atavío,
Doradas gotas de mortal veneno.
Oh poeta,
tu mano vacilaba
Al trazar la bucólica figura
Del buen Pastor de almas: la dulzura
Que en sus sencillas frases derramaba;
Su fe cándida y pura;
La inquebrantable, singular firmeza
De su carácter bello;
Su corazón de mística pureza;
No son, vate, el destello
De cualquier religión… Una tan solo
Pone en el alma fe tan verdadera:
Las almas que no miran
a ese polo
Van sin rumbo y no tocan la ribera.
Dios es Dios, y no toma
Acá y allá contradictorio nombre;
Muere en la Cruz, desciende en la paloma
Sobre el Jordán, y baja sobre Roma,
Dócil al verbo celestial de un Hombre!...
¿No
sientes ya su inspiración sagrada?
¿Ya no eres tú, poeta,
El que cantó la fe de mi Granada?
¿Ya el sublime salterio del profeta
No resuena en tu lira destemplada?
Olvidando santísimas verdades,
¿Te arrojas a cantar las vanidades
De la duda soberbia? ¿Ya te mueven
Del siglo las furiosas tempestades?
Al
choque de esos vientos
¡Cuál desmayan medrosos tus acentos!
La rica galanura
De tu imaginación, que parecía
Fresca, lozana, pura,
Marchitándose va, cual la espesura
De la feraz umbría,
Cuando el soplo de octubre la despoja
De sus galas mejores…
¡Quedan, oh vate, el álamo sin hoja,
Los rosales sin flores!...
¿Temes porqué el zénit relampaguea?
¿No ves cómo a lo lejos
El cielo, despejándose, clarea?
Del rayo tras los cárdenos reflejos
Azul más puro tiene el horizonte.
Si tu vista no alcanza,
Deja el oscuro valle, trepa el monte…
¡Allí están cerca el sol… y la esperanza!
Madrid
-1880-
LA ALPUJARRA
Espléndidas
montañas
coronadas
de nieves sempiternas.
¡Qué
bellezas extrañas,
qué
armonías internas
guardan
vuestras lagunas y cavernas!
Inaccesible riscos,
hondos
barrancos, fértiles umbrías.
¡Aún
vagan los moriscos
entre
las auras frías,
llorándoos
en amantes elegías!
Floridos peñascales,
por donde
saltan, deshechos en espumas,
cristalinos
raudales,
¡quién
por aquellas brumas
tendiera,
como el pájaro, las plumas!
Entonces cantaría,
al
blando son del árabe guitarra,
la
ignorada poesía,
la
hermosura bizarra
y el
salvaje vigor de mi Alpujarra.
Allí Naturaleza
vertió
sus dones con abierta mano,
y allí
de su grandeza
el
triste mahometano
lanzó el
último aliento soberano.
Cuando el Simoún ardiente
quema,
de Agosto en el febril exceso,
de la
Sierra la frente.
Tal vez
en ella impreso
deja del
pueblo moro un dulce beso.
Por aquellas colinas
la nieve
en mil arroyos se desata.
Y entre
robles y encinas,
en olas
argentinas
se
derrumba la hirviente catarata.
Órgiva, de tres ríos
el
abrazo recibe asaz estrecho,
y a los
perpetuos fríos
de
temporal desecho,
Cáñar
dilata con afán el pecho.
Entre sus dulces cañas
yace
Motril, que a América sorprende;
Murtas,
en sus montañas,
al sol,
que las enciende,
de la
higuera y la vid los frutos tiende.
Lanjarón, nido eterno
de dulce
amor y calma placentera,
ve al
riguroso invierno
dar a la
primavera
ósculo
blando de amistad sincera.
¿Quién a Cádiar olvida,
do
libertad proclaman los moriscos,
ni a
Trevélez, que anida
entre
nevados riscos,
ni a
Mecina, cercada de lentiscos?
Las Guájaras, quebradas
por
volcanes ya extintos, zona agreste
de
gentes no domadas.
Con sus
manos alzadas
herir
quieren la bóveda celeste.
Cercan montes erguidos
el
antiguo Guadalxus, que blanquea
entre
almendros floridos…
¡Allí,
en rústica aldea,
libre
reino mi soñadora idea!
Las sombras que en Bacares
van
discurriendo por azul laguna
oyeron
mis cantares
y los oyó la luna,
que en
marino peñón bañó mi cuna.
Sueltas quizás, o rotas,
dormirán
en los valles y quebradas
de mi
canto las notas,
cual
aves calladas
yacen en
las oscuras enramadas.
Y tal vez en los huecos
despierten
hoy, soñando las breñas
sus
prolongados ecos…
¡Sierras
alpujarreñas,
yo iré a
buscar sepulcro en vuestras peñas!
En tanto, al arpa mía
dad la
música y luz que la alborada
a
vuestro cielo envía;
y aunque
sola, y colgada
de
mustio sauce, sonará inspirada.
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